Germán, un hombre de setenta y cuatro años, pensionado del Ejército, solía enamorar jovencitas. Fueron muchas las que pasaron por su vida, incluso una chica de dieciocho años. Todo cambió cuando conoció a Claudia, una abogada egresada de una prestigiosa universidad de Cali.
Iniciaron una relación de amistad. Él la invitaba a cenar, a bailar, a viajar. Disfrutaban de la compañía mutua, hasta que formalizaron su relación. Dos meses después, él le propuso vivir juntos, y se establecieron en Candelaria.
Sin embargo, muchas situaciones despertaban dudas en Claudia. Un día encontró un medicamento entre sus cosas. Buscó en internet para qué servía y descubrió que era para el tratamiento del VIH. Cuando Germán regresó de la universidad, lo confrontó, y él admitió que era portador del virus.
Aquella revelación le provocó a Claudia una fuerte crisis nerviosa. Su estado de ánimo se volvió inestable, lo que la llevó a renunciar a su cargo en la Gobernación del Valle, mientras Germán continuaba con su vida normalmente. Al mes siguiente, Claudia se realizó la prueba del VIH, cuyo resultado fue negativo. Decidió entonces continuar con él. Sin embargo, tiempo después descubrió que él seguía viéndose con la jovencita de antes. Llena de rabia, pensó en contarle a la joven sobre la enfermedad de Germán para arruinarle la vida, pero se arrepintió. Claudia perdió todo lo que había construido hasta ese momento, mientras Germán, incapaz de soportar tantas discusiones, la abandonó.
A Claudia le tomó un par de años recuperarse. Desde entonces decidió permanecer sola, por temor a ser engañada nuevamente. Actualmente no tiene vida sexual y, de llegar a tener una nueva pareja, siente que tendría que exigirle una prueba de VIH.
|