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Fue tan rara la idea de perderte,
tan sorprendente fue, que no creía,
que endurecí mi corazón al verte
esclava del dolor y la agonía.

Por eso decidí no hacerte caso
cada vez que llorabas a escondidas,
cada vez que mirabas el ocaso,
como pensando en cosas ya perdidas...

Fue una necesidad involuntaria
la que me hizo alejar sin miramientos,
como se eleva a Dios una plegaria
sin conocer el rumbo de los vientos...

Hoy me lamento no llorar contigo,
contemplar un ocaso... ¡gemir triste!
¡Darte las gracias por aquel abrigo
que con tus propias manos me tejiste!

¡Tomarte de la mano suavemente,
acurrucarme en ti, madre querida,
y besar las arrugas de tu frente
de la forma más dulce y más sentida!

Cada vez que traspaso aquella puerta,
la de tu habitación, la clausurada,
por un momento dejas de estar muerta
y te veo en el lecho recostada...

Pero al ver que la tele está apagada
entre cajas que apilan desconsuelo...
¡Caigo de mi ilusión desesperada,
como el diablo cayendo desde el Cielo!

¡Todo parece, madre, tan injusto!
¡Estas malditas lágrimas lo son!
¡Este festín morboso, este regusto
que provoca escupir resignación!

Toda vida es expuesta en un museo,
detrás de una vitrina, de un desván...
¡Esta casa no es más que un mausoleo
donde tus deudos vienen y se van!

Hasta los mismos parias, indigentes,
los que no tienen hijos ni memoria,
cuando mueren debajo de los puentes
sus andrajos nos hablan de su historia.

De ti me hablan tus horas depresivas
después del ramalazo de un diagnóstico,
¡cuando fue Cristo el de las llagas vivas
para tu frío corazón agnóstico!

Cuando admití, por fin, que te perdía,
al verte ya postrada en ese lecho,
esperando un milagro, madre mía,
te abandoné mi Biblia sobre el pecho.

Pero ningún deseo cambia el drama
del designio de nuestras criaturas:
al otro día, sobre aquella cama,
¡tan solo pude ver las Escrituras!

¿No es eso, en cierta forma, lo que viene,
la base misma del cristiano rapto?
¿La carne del pecado que se aviene
a la ignominia de creerse apto?

Todo cuerpo, al fin, desaparece,
se borra el acta porque estuvo inscripto;
o en un cambio su imagen palidece,
como las momias del antiguo Egipto.

¿Qué me queda de ti? ¡Solo unas cajas,
algún video triste, alguna foto,
alguna bolsa llena de barajas,
la herida abierta de un peluche roto!

Me quedan estos versos, donde inclino
mi cabeza cansada de extrañarte,
notando cómo, presa del destino,
se postra ante lo gótico hasta el arte.

L.G.C.

Texto agregado el 30-05-2025, y leído por 99 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-06-2025 Triste, emotivo. Pero si pudiste escribir este bello poema es porque había mucho amor hacia tu madre, tal vez en vida muchas veces se dificulta demostrarlo pero aquí lo testimonias y ella sin cuerpo ahora lo sabe mejor que antes. jdp
01-06-2025 ***** nelsonmore
01-06-2025 Tu texto me llegó al alma.Psra un hijo que tenga ese remordimiento,debe ser terrible porque sin haber sido de esa forma,se sufre, imagino en este caso con culpabilidad ... //Fue una necesidad involuntaria la que me hizo alejar sin miramientos,// Saludos Victoria 6236013
31-05-2025 Todo parece, madre, tan injusto! ¡Estas malditas lágrimas lo son! ¡Este festín morboso, este regusto que provoca escupir resignación! Esta parte me gustó. Mi sincero voto beethoveniano67
30-05-2025 Muy triste, así nos deja el perder a nuestra madre. Lamentándonos de por vida. Saludos. ome
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