Una sombra desertó de la noche,
y se quedó a mi lado.
No la proyecta nadie.
Abrí las ventanas,
encendí las luces,
corrí los muebles,
pero no hay caso,
no quiere irse.
Le dije que se vaya a otra parte,
que algún lugar habrá que la requiera.
Algún árbol torcido,
alguna cruz quebrada,
algún viejo encorvado...
No sé.
No se marcha.
Y no puedo dejar de verla
en el linóleo blanco,
allí desparramada.
Tal vez un rayo de sol la mate,
la haga desaparecer.
Mientras tanto,
mi sombra le tiene lástima.
Le enseña cómo tiene que seguirme,
imitar mis movimientos,
estirarse en la luz,
huir de la oscuridad,
y cosas semejantes...
Pero ella está quieta,
inmóvil,
paralizada.
Como un manchón en el tiempo,
como un error
en el holograma del espacio.
Mi sombra le hace señas,
la cruza,
se superpone a su desgracia.
Tal vez hasta le haga el amor
de una forma gris,
opaca,
ensombrecida.
Pero no sé,
no se mueve.
Tal vez sea el recuerdo de algo
que se quedó sin réplica,
sin forma,
sin eco,
sin movimiento,
sin color,
sin nada.
Según la mía,
en una noche que se juntaron
con la que proyectaba una planta de coca,
ella les confesó que era la de Peter Schlemih,
el hombre que perdió su sombra.
L.G.C.
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