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el silencio de la noche hacía más difícil la situación. El nerviosismo se apoderaba de mi cuerpo, haciéndolo tiritar en cada una de sus células. El viento nocturno era helado y atravesaba mis ropas, produciendo una piloerección en mi morena piel. Un cuervo, lo supe por su cantar, quebró la inquietante tranquilidad y su aleteo impregnó de mal olor el aire frío. Mi casa estaba a unos quinientos metros, pero dado el miedo, parecía que nunca iba a llegar. Algo iba a pasar. Lo sabía. Siempre lo supe. Desde esa mañana lo sabía. Un paso dabaa y el cemento gélido y húmedo se reía de mis temores más profundos. Sentía mi respiración agitada y eso no me tranquilizaba mucho. Mi corazón latía con más fuerza de lo normal. "Llega luego. Estarás en tu cama calentito". Sin saber cómo, aceleré mi caminar, al punto que se volvió carrera y en menos de lo que supuse, estaba de pie, en el frontis de mi casa. Al interior todo era penumbras, obviamente, dado lo avanzada de la noche. Introduje la llave lo más sigilosamente posible. Pero ni así pude evitar el quejido de la puerta antigua. Un olor nauseabundo llenaba la casa, más hediondo que el aroma del podrido cuervo. No miré a la pieza de mis padres, ni menos a la de mi hermano. Me encaminé en silencio hacia mi pieza, que como siempre, se mantenía cerrada, debido a mi pudor y privacidad respecto de mis cosas personales. Hacía frío. Corría viento. ¿Viento en mi pieza? La ventana estaba abierta y la cortina con la corriente de aire, se estremecía en el patio. "Dios mío", y salí corriendo del dormitorio. Me dirigí al cuarto de mis padres, y con agilidad encendí la luz. Las paredes blancas se habían vuelto púrpuras y los cuerpos de los que en algún momento fueron mis padres, yacían tendidos y manchados de rojo al costado de la cama. Me acerqué a ellos para comprobar si efectivamente estaban muertos. Al agacharme, el olor que flotaba en la casa se hizo más intenso: era el olor de la muerte. Tuve la intención de llorar. Mis ojos se llenaron de lágrimas, mi boca se arqueó, mi lengua se secó. Pero no hubo lágrimas, no hubo nada. Ahora ni siquiera hay vida. El relámpago resonó en mi cabeza, y el agujero en mi vientre fue la clara señal. Lentamente vi acercarse el piso y cerrarse mis ojos. Extendí mi mano y tomé la de mi madre, que a esa hora, ya estaba heladísima. Volteé la cabeza y vi a los hombres que destruyeron y acabaron con la vida de toda mi familia. "Dios mío". "¡Eran ellos!".... Mi presentimiento era verdadero.

Texto agregado el 14-10-2004, y leído por 106 visitantes. (0 votos)


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