Eran las 5:30 de la mañana de aquel viernes. Día de la fiesta de la Virgen de las Mercedes en el centro penitenciario del pueblo. Socorro fue la primera en llegar. El lugar estaba en silencio, los minutos transcurrían y los cantantes no llegaban. Llamó a todas sus compañeras ninguna contestaba, quince minutos más tarde los mariachis aparecieron por la puerta. Desde sus celdas todos los reclusos cantaban. Algunos no contuvieron las lágrimas, eran pocas, pero lágrimas sinceras.
Muchos de los internos no recibían visitas. Entonces Isabel una psicóloga que asistió a esa fiesta se conmovió con la situación y decidió llevar almuerzos un domingo al mes. Solicitó el permiso al director de la cárcel y, para su sorpresa, fue aprobada sin objeciones.
La primera vez llevó arroz con pollo. Esa tarde salió ligera como pluma que vuela al infinito. En la segunda visita ofreció chuleta, arroz blanco, papas a la francesa y coca cola. Su madre era quien la ayudaba con la preparación.
Aquel gesto sencillo le generó muchos problemas con los demás internos. Al salir empezaban a abuchearla y gritarle peli teñida, rosquera. Aquel rechazo fue suficiente para que abandonara el proyecto. Nadie quería tomar su lugar. el personal administrativo desesperado recurrió a empresas para no dejar morir la iniciativa.
La primera actividad que organizaron fue un concurso llamado la mejor celda. Paty, una abogada fue escogida como jurado. Subió a inspeccionar las celdas en compañía del Padre Jacinto. La celda no 6 fue escogida como la mejor por su orden, limpieza y un pequeño jardín realizado con botellas recicladas.
Quince días después, profesores de una universidad cercana llevaron a cabo un picnic literario. Repartieron agendas, libros, morrales, marcadores, resaltadores y colores, con el eslogan La escritura te abre las puertas al éxito. La respuesta fue tan positiva que se propuso un concurso literario.
Un agente del XSN se infiltró en el evento. Sospechaban que desde allí estaban extorsionando ciudadanos americanos. Se instalaron cámaras ocultas. A partir de ese momento todo era monitoreado desde el extranjero.
Dos días después, Fernando alias “El Ingeniero”, dejó caer el celular, nadie dijo nada, pero todos lo vieron. Él era quien ordenaba cuándo y en qué momento realizar las llamadas extorsivas.
Cinco días después tenían todas las pruebas, no solamente estaban implicados los reclusos, también la directora, varios guardianes y enfermeras. Fue entonces cuando arrestaron a alias “Ramiro”, jefe de una de las mayores organizaciones de tráfico de armas del continente, oculto bajo otra identidad.
Salieron esposados, sonreían seguros que pronto serían dejados en libertad por sus conexiones con el presidente de la república.
En el penal volvió el silencio. Sólo quedaron preguntas, que nadie se atrevió contestar.
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