Tu deidad es ingenua, poco entiende
del viento acariciando tus vestidos,
del perfume que pasa y te revela
sendas de madreselvas y de pinos...

Tus ojos, que atraviesan las distancias
y que a las mismas Pléyades eclipsan,
pasan por alto un cielo de luciérnagas
que coronan tu pelo y lo iluminan.

Enredaderas sueltan celosías
y reptan ya por tierra con sus tallos,
y al acercarse a ti se desparraman
para alfombrar el rumbo de tu paso.

Tal sensibilidad hay en tus manos,
que acaricias las sombras de la noche,
y hasta el vacío mismo, en su penumbra,
se sonroja, se agita, se dispone.

Al recorrer los ríos agostados
sobre una alfombra muerta de nenúfares...
¿no oyes la brisa con el Tiempo hablando,
no la escuchas decir, muy suave: "Cúrales"?

Para cuando los juncos te presienten,
como tristes sirenas encalladas,
te envían en las olas mensajeras
su regalo de piedras y de algas...

Y porque, mujer diosa, ya amanece
en un canto de pájaros y arcángeles,
desbordado de celos te lo digo:
la Vida está queriendo enamorarte.

L.G.C.