Prólogo: El Abuelo, el Umbral
“Todo empieza con un muerto que no se fue.”
En una casa de techos altos y muros cargados de secretos, un anciano subía cada domingo a conversar con sus dioses interiores: Dios y el Diablo. Sus ojos, faros en la penumbra, escrutaban a la descendencia con la severidad de un juez bíblico. Para el pequeño Benjamín de cuatro años —el niño que aún me habita—, aquel viejo era un dios feo, de manos como pezuñas y mirada que perforaba el alma. Cuando la muerte llegó, el abuelo no partió: se deslizó en las grietas de la memoria, llevando consigo acordeones de nostalgias y un pacto todavía pendiente.
I. El Incendio (Rito de Paso)
“El fuego no perdona: purifica.”
La vela se inclinó. Las llamas devoraron imágenes de yeso, el acordeón familiar y los temores guardados en relicarios. Entre el humo, el Diablo adoptó el rostro del abuelo, y Benjamín —la voz inocente— gritó para alejarse. Pero el miedo lo inmovilizó. Al recobrar la conciencia, el abuelo yacía en un ataúd dorado, mientras el Diablo susurraba en su oído: "Quémalo todo, hasta que el alma quede limpia."
II. El Tiempo y el Tren (La Huida)
“La vida es un reloj de arena, y la arena son instantes que se escurren.”
Crecí como un tren fantasma, dejando en cada estación pedazos de mí: estudios truncados, amores fugaces, dinero recibido y luego arrojado. El Diablo me tentaba con placeres baratos; Benjamín me recordaba la sed de creación. Un día, en un mercado de menestras, comprendí que la miel atrae abejas, pero no sacia. Arrojé el dinero desde un tejado y vi al vulgo convertido en enjambre. Exhausto, partí al desierto, con las cenizas del fuego ajeno todavía en la piel. Allí, sin maletas, los tres espectros (abuelo, Diablo, Benjamín) me gritaron: “¡Te lo dije!”.
III. La Puerta (El Descenso y el Retorno)
“El infierno no está abajo: está en el centro.”
En mi delirio, una puerta se abrió sobre un mar celeste, risas de niños y una mujer con rostro de abuela que aguardaba. "Entra", me invitó. El bote de dos remeros me empujó hacia atrás, devolviéndome al mundo. Al despertar en el parque de mi infancia, los espectros huyeron. Hoy, escribo en este escritorio, escuchando la nube que guarda la historia de la creación.
IV. Los Tres Espectros (El Legado)
El Abuelo: poeta, músico y loco. Su sombra enseña que los pactos con lo divino son letras en el viento.
El Diablo: tentador de placeres baratos. Su derrota prueba que el fuego interior quema más que el infierno.
Benjamín: el niño que aún nombra mundos. Su voz recuerda: “La libertad no está en huir, sino en crear desde las cenizas.”
Epílogo: Para los que Respiran sin Saber
“Somos libros andantes cuyas páginas arden en silencio.”
Esta historia no es mía: es un espejo para quienes caminan como sombras grises. Si hoy respiras, pero no sientes, recuerda:
El abuelo eres tú, negociando entre tus demonios y dioses.
El Diablo eres tú, tentándote con rutinas que adormecen.
Benjamín eres tú, el niño que sueña mundos.
No apagues el incendio: camina dentro de él hasta que encuentres tu nombre.
“Las mejores historias no se leen: se incendian en el pecho del que las escucha. Que esta te queme lo suficiente para que algo nuevo nazca.” |