Hace quince años que mi hermano Alfredo se quejaba de mi insistencia en ignorar la inteligencia artificial. Y en especial, a la parte de Google. Porque yo alegaba que las definiciones de los conceptos eran elaborados por quién quisiera hacerlo. Y, por supuesto, que no se trababa de especialistas del ramo en particular.

Sin embargo hoy, de lo que se queja(Alfredo), es de que yo sigo lo que se afirma en los medios. ¡Y eso no es verdad! Porque soy el mismo de tres lustros atrás. Pero, su postura actual es muy interesante. Aunque, también temible. Ya que el crédulo, ahora es un desconfiado. Y me lo demostró cuando eliminó nueve versiones del origen de un suceso actual. Y las aprobadas por mi, me aseguró que estaban influenciadas por los medios.

Y le decía(a mi hermano Alfredo) qué lo que se puede observar en la actualidad no pinta bien. Porque ahora el teléfono es un instrumento terrorífico. Con un porcentaje altísimo de llamadas falsas. Qué le basta sólo un dato tuyo para llegar(ordeñándote) a lo que buscan. Y hasta simulan el lenguaje de los especialistas, de los familiares, de los amigos y hasta de Dios. Porque llegan a afirmar lo contrario a lo dicho por una vieja canción: ¡El cielo no puede esperar!

Y lo digo, porque una infeliz imagen femenina inmóvil, con según ella los días contados, me estaba regalando ‘tres cientos mil dólares’. Y todo porque yo era un hombre qué le lucía bueno. ¡Vaya por Dios! Entonces, pensé en cambiarle el sustantivo a la frase del título del presente texto: ¡La estupidez artificial!