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Sol y champurrado
El sol del altiplano te muerde incluso a través de la ropa. Si no te cubres, se vuelve una mancha ardiente que se mueve contigo. Si te detienes, los rayos te perforan. Así que avanzas. Por la mañana salía muy temprano, apenas con un vaso de agua. En la terminal, un autobús prehistórico se aparcaba como podía. Se movía con la velocidad de una tortuga.
Mientras lo esperaba, una señora vendía champurrado: atole con chocolate y una pieza de pan. El desayuno más veloz de la ciudad. Apúrate, porque si ese autobús se iba, el siguiente llegaba diez o quince minutos después. Tiempo suficiente para llegar tarde a la clase de las siete.
El profesor se ponía en la puerta y decía:
—Jovencitos, aquí se entra a las siete de la mañana.
Y mientras la fila entraba en desbandada decía en voz alta:
—Qué pena verlos entrar como vulgar eyaculación. |
Texto agregado el 12-05-2025, y leído por 35
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