Las manos, ¿para qué las tengo?
Si el verde inunda los ojos,
aún no me he olvidado.
Las cortinas, las cubro
antes que la estancia se ilumine,
de una noche a otra persigo el cielo
cuando se va a otra orilla.
Releo los cuentos en la misma ribera,
me agito como el vino, enervado.
Preguntan, y me invaden,
parezco un río desbordado,
la estancia tan clara
al amanecer bostezando nublado.
Y el verde inunda.