Te amé desde que me convertí en latido embarullando tu corazón.
Me mecí al compás de tu amor.
No tenía nombre
no tenía nada
pero te amaba.
No sabías de la vida
pero hiciste lo que ni los más grandes científicos pudieron hacer:
una criatura.
Me diste la vida
pero siempre dijiste que era yo la que te hacía vivir.
Cuando me cantabas
cuando iba de tu mano a la plaza
cuando curabas mi rodilla raspada
cuando peinabas mi flequillo rebelde
no imaginaste que serías brisa fugaz
beso apurado
vuelo de alondra
breve pisada sobre el mundo.
¡Lástima que no haya podido clavarme las espinas que rasguñaron tus pies en el camino!
Ni ser dique para que no llegara el llanto a tus ojos.
Mientras te tuve inventé cosas para darte.
Hice de pesares ramitos de alegría
de temores
palabras encendidas que brillaban como hilván de plata.
Pero a ellos se fueron mezclando:
piedras
nubes
tormentas.
Cuando al final apretaste mis manos
me diste tu fuerza
esa con la que he luchado y lucho.
Tu herencia fue inmensa
no existen bancos en el mundo que puedan igualarla.
Me dejaste lo que cabe en una caja pequeña
dos palabras
esas que son cuna de niño que no tiene cuna
trigo del sembrador que perdió la cosecha
canto de jilguero
lazarillo del ciego.
Dos palabras que acompañando el riego hacen crecer las plantas con un verde asombroso.
La herencia de un Te amo
no se termina jamás
porque jamás se gasta su contenido.
Con ellas vuelves al mundo por el claro camino del recuerdo...
¡Gracias madre!

Victoria