Hay cosas que
quedaron consagradas.
Cosas insignificantes
que de la nada,
se hicieron amadas.
¡Ay cosas que duelen!
¡Ay cosas amadas!


El aro de perla
que a fuerza de besos
y suaves mordiscos
desprendí de tu oreja.
Se ha mudado a mi boca
a jugar conmigo.
No quiere soltar su sabor
de recuerdos perdidos.


La mullida almohada,
que acomodaba tu pelo,
se adueñó de tu aroma,
se adueñó de mi cama,
de mis noches de insomnio
entre las blancas sábanas.
¡Ay cosas que duelen!
¡Ay cosas amadas!


Hay cosas que
se tienen por malditas,
que cortan la respiración,
que punzan el corazón,
y sangran las heridas.
¡Ay cosas que duelen!


La última copa
de vino compartida.
Vino con sabor a reproche
a lágrimas y despedidas.
Vino agrio y amargo,
de copa añejada
en horas vacías.


La lágrima contenida
que se secó sobre la mejilla.
Ojos tristes de perfecta forma,
mirada con temple doloroso,
otrora promesa
de un futuro hermoso.


La conjunción anunciada
de una infidelidad consumada.
La persecución de la muerte
en conducción embriagada.
Burla a la oscuridad
en una noche estrellada.
¡Ay cosas que duelen!
¡Ay cosas amadas!