La locura del amor
El mejor especimen de la camada del Montero del 2004 decidió buscar a su igual. No cualquier compañera, no.
Quería a lo mejor de lo mejor: una mente aguda, tenacidad en su actuar, sabiduría para afrontar el mundo, ambición encendida y una sed constante por superarse en lo profesional y en lo personal. Y, por supuesto, que fuera de agradable aspecto.
Su búsqueda se extendió durante años. Analizó con rigor, calculó con cuidado. Como si eligiera a la yegua perfecta para cruzar con un pura sangre. Pero ninguna cubría los exigentes requisitos.
Frente a esa disyuntiva, el especimen se detuvo. Empezó a observar el amor de los otros, ese que parecía tan fácil, tan espontáneo.
Y entonces lo entendió: el amor no es una competencia de razas ni un cruce entre campeones. No se trata de encontrar lo perfecto, sino lo real. Lo que vibra. Lo que es atractivo, lo que acompaña y lo sabe querer. Lo que —aunque imperfecto— se entrega y crece.
Aunque el pura sangre no halló a quien lo iguale en todo, descubrió que no era necesario. Que hay hombres que encuentran plenitud no en la simetría, sino en la entrega. Que existe felicidad en cubrir las debilidades del otro, pues para eso él tenía esas cualidades.
Que sí, el amor puede ser ilógico, incluso inconveniente… pero cuando trae alegría y existe el buen querer, bien vale el riesgo.
El especimen ha cambiado de perspectiva.
La próxima vez, dejará de calcular.
Y se pondrá, simplemente, a amar.
PD: Aunque el pura sangre ya no busca su par, sus nuevas exigencias aún siguen siendo elevadas… para muchos, incluso hoy. |