—Para los que buscan el camino de regreso—

He perdido el miedo.
Y en su lugar, ha nacido un calor lleno de imágenes.
No palabras, no ideas,
sino visiones que me roban el piso,
como si el mundo ya no tuviera gravedad,
como si yo mismo flotara en medio de un incendio callado.

Mi cuerpo se agita.
No de angustia, sino de vida.
Como un corcel que, ante el fuego, no huye
sino danza.

En ese temblor, he escuchado la voz de mi ser.
No grita.
No exige.
Solo habla con el tono del mar
que apaga toda tempestad.

He descubierto que esa voz no viene de afuera.
Es la voz antigua.
La que ya estaba antes del primer miedo.
La que sabe quién soy.
La que recuerda el lugar del que vengo
y no olvida el camino de regreso.

Ahora sé:
no necesito vencer al mundo.
Solo necesito no traicionar esa voz.

Y por eso, en este instante,
soy el guardián de mi paz.
No para encerrarla,
sino para sostenerla
como quien cuida una llama en la noche
para otros que aún buscan su fuego.