—Para aquellos que aún ven en la oscuridad—
El día que los médicos le dijeron que nunca volvería a ver como antes, Eliseo sintió un extraño alivio. No era resignación, sino algo más profundo: la certeza de que algo lo esperaba al otro lado de la niebla que ahora habitaba sus ojos.
I. La Luz que No Era Muerte
Durante años, corrió de noche. Kilómetros y más kilómetros bajo estrellas borrosas, hasta que en medio de un túnel oscuro, la vio por primera vez: un huevo frito flotando en el aire, su yema brillante como un sol en miniatura.
—¿Es la muerte? —preguntó en voz alta.
Pero la luz no respondió. Solo danzó frente a él, invitándolo a seguir corriendo. Y así lo hizo, hasta que sus piernas ya no supieron distinguir entre el sudor y el rocío de la madrugada.
II. Los Doctores que Sudaban Miedo
La primera vez que colapsó en la calle, despertó en una camilla, desnudo. Dos hombres con batas blancas lo observaban, sus rostros empapados.
—¿Está bien, señor?
Eliseo sonrió.
—Estoy viendo la luz —dijo, aunque en realidad escuchaba el mar.
Las olas reventaban dentro de su cráneo, y en medio de aquel sonido eterno, una ballena blanca navegaba lentamente. Su lomo brillaba como la luna llena, y en su centro, un hueco oscuro.
—¿Por qué nadie más la ve? —musitó.
Los doctores se miraron.
—Deshidratación —dictaminó uno.
—Estrés —añadió el otro.
Pero Eliseo sabía la verdad: ellos no habían corrido lo suficiente.
III. La Dicha Imposible
Esa noche, en su departamento vacío, la ballena regresó. Flotó sobre su cama, muda, mientras una voz susurraba desde sus entrañas:
—De mí nace la belleza.
Y era cierto. Por primera vez en años, Eliseo sintió una felicidad demasiado grande para caber en su pecho.
—¿Eres real? —preguntó, extendiendo la mano.
La ballena se desvaneció, pero la dicha permaneció, como una lluvia que nunca moja.
IV. Epílogo: El Hombre que Enseñó a Ver
Ahora, Eliseo trabaja en un café cerca del puerto. Los clientes murmuran que a veces, en medio de la conversación, se queda quieto, mirando algo que nadie más ve.
—¿En qué piensas? —le preguntó una niña una tarde.
Eliseo parpadeó.
—En ballenas —respondió.
La niña asintió, seria.
—Mi abuelo también las veía.
Y entonces, Eliseo supo que no estaba solo. |