Estaba dispuesta a dejarlo escapar aún cuando se había metido en su taza con la leche,con el azúcar y el café en polvo.
Cuando bajaba por las gradas, arrastrando sus pies con desgana, se había detenido frente a una fotografía de otros tiempos y se había sentido un tanto extraña. Aquel segundo, que fué lo que duró la visión, parecía que iba prolongarse indefinidamente; cuando de pronto la pavita con el agua silbante la sacó de ese estupor metafísico de existir.
Bajó corriendo, la taza esperaba lista con los ingredientes necesarios, apagó el agua hirviente y se dispuso a hecharla en el vaso.
El mosquito estaba aturdido, quería escapar pero parecía haberse mareado, quizá el café fuera demasiado para su sentido del olfato por así decirlo.
Intentaba levantar vuelo; pero no lo conseguía. No obstante, quiza de tanto intentarlo, al fin pudo elevarse unos tres milímetros en vuelo desesperado, ella seguía cada uno de sus movimientos con atención, por un instante creyó que el mosquito le miraba para luego caer rendido hasta el fondo del vaso. Todo en la casa quedó en medio de la conmoción, y ella se quedó mirando el fondo del vaso sintiendo estupor frente al estupor que se siente ante la mirada de un mosquito moribundo.