Dónde habita el presente

Un sendero tracé en tiempos lejanos,
pero el presente —susurro en mis manos—
es aliento tibio que viene y va,
como el mar que abraza y vuelve a abrazar.

Las puertas se abren sin llave ni muro,
me llaman dulces, sin prometer futuro.
Entro en silencio, sin traje ni nombre:
soy solo un ser, en su instante, un hombre.

No hay más ayer, ni "algún día" incierto,
solo este pulso, mi puerto abierto.
La luz del ahora alumbra mi andar,
y el fin es principio, volver a amar.

Comprendí, al fin, que el bien y el mal
son voces del miedo, juicio banal.
Solo el ser, desnudo, vibrante y fiel,
es quien conoce al Amor sin papel.

Escuché un grito: “pecado”, decía,
y me cubrí de vieja agonía.
Pero al desnudarme ante el Creador,
me hallé sin culpa, solo con Amor.

Nada especial hubo, salvo mirar
lo que siempre estuvo, sin disfrazar.
Seguí mi senda, sin mapa ni guía,
la vela encendida, y el alma en poesía.

Nada cambió, y todo fue nuevo:
ver es nacer, sin sombra, sin miedo.
Un soplo eterno sostiene mi ser,
si él no respira, yo no puedo ser.

Un guía habita mi voz silente,
como Moisés abriendo mi mente.
Soy su reflejo, soy su canción,
y en ese latido, hallé redención.

Está en el pecho, como sol dormido,
calor que florece en lo compartido.
¡Qué paz andar bajo su mirada,
florecer en su luz, alma alada!

Su risa es brisa, su amor sin precio,
su mensaje simple: ya estás en el inicio.

Ojalá encuentres, sin ruido ni prisa,
a ese maestro que en tu alma avisa.
No está en los libros, ni en culto cerrado,
está tan cerca… como el aire callado.

No hay que forzar lo que no quiere oír,
ni romper la fe que no quiere abrir.
Dejo vivir, y en mí dejo hablar
al amor que desea abrazar.

Que un día cualquiera, sin condición,
te encuentres a solas con tu corazón.
Y al mirar adentro, sin juicio, ni error,
descubras en ti… el infinito amor.