Madrugada en el umbral

Dicen que la palabra tiene poder.
Dicen tantas cosas...
¿Y yo? ¿Qué digo yo?

Aquí, en la madrugada,
espero a un compañero.
Lo llevaré a pasear,
a escuchar sus silencios,
a soportar sus palabras
que caen sobre mi conciencia
como hojas en el agua.
Lo escucho,
como quien ve a un ave volar.

En mi espera,
un libro me llama.
Es el libro de la vida:
se abre ante mí,
y sus personajes caminan,
corren,
impulsados por inercias
o por algo invisible.

Escucho sus pasos sin ruido.
Uno de ellos camina junto a un perro,
lleva ropa deportiva
y una mirada temerosa
se cruza con su propio reflejo.

Yo soy ese reflejo:
un espejo de aguas calmas.
Quien me mira,
se ve a sí mismo.

Veo árboles que sueltan sus hojas,
y pienso que son
el excremento de la Tierra,
imágenes expulsadas
para que creemos mundos paralelos,
para que las aves canten
con resiliencia.

Respiro.
Y al hacerlo,
mi alma crece
como un volcán a punto de estallar.

De su interior brota la dicha:
este cuadro vivo
que se abre ante mis ojos.