Amanece en la ciudad dando inicio al ritual cotidiano, la gente circula con premura hacia sus trabajos y lugares de estudio con la secreta esperanza de no cruzarse con el azar. Un bohemio trasnochado con restos de noche en su vestimenta busca erráticamente sus llaves junto a una puerta silenciosa. Las horas urbanas se arrastran lentamente, en las oficinas públicas los papeles engendran papeles y en las calles los deseos y miedos se apoderan de la ciudad visible y la invisible. Al mediodía se sincronizan los apetitos para comenzar a deglutir al ritmo urgente de las noticias radiales y televisivas. En una plaza de barrio el tiempo se ha detenido atrapando a un grupo de jóvenes que burlan el tedio consumiendo marihuana y cerveza. Al doblar en una esquina cualquiera nos cambia la vida. La tarde citadina prolonga las sombras de las fachadas urbanas y los semáforos son mudos testigos de las acrobacias de niños con rostros de hambre. Una pareja de amantes hace el amor en horario de oficina. Un individuo solitario observa en forma hipnótica la pantalla de un televisor instalado en un escaparate comercial, mientras la gente transita y se esparce por el centro de la ciudad como una mancha de aceite. Los buses colmados de pasajeros emprenden el regreso a los desolados barrios periféricos con su carga de soledades. La noche envuelve la ciudad. La mayoría se refugia en sus moradas iluminadas por los televisores encendidos. Unos escasos personajes sedientos de noche se aventuran en las calles silenciosas. Un escritor insomne escribe historias eróticas. La madrugada nos regala sorpresas, bocinazos aislados y ladridos de perros. Al amanecer, se reinicia en los intramuros la inagotable comedia urbana.