Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, dijo mi abuelo antes de morir, a los noventa y ocho años.
De ese triste adiós han pasado unos cuantos meses, y las ideas atrapadas en nuestras reuniones de sobremesa están más vigentes que nunca.
Juntos conversábamos del mundo y los extraños laberintos conceptuales en los que habían hecho deslizarse a la humanidad.
Analizábamos la actualidad y tratábamos de predecir el próximo movimiento de los actores dominantes en el tablero global.
Veíamos la historia oficial de occidente, la que nos contaron en la escuela, y ambos concluíamos que no cuadraba el discurso con la evidencia material...


Sumido en el recuerdo de esos días, camino por las calles sorteando los espejismos que proyecta mi confusión.
Algo pasa, una especie de hechizo pesa en los hombros de la gente, y yo lo percibo.
Trato de expresar mis conclusiones y cuando voy hablar decido callar o digo demasiado.
El hechizo de la ilusión a ratos también me atrapa.
Estoy solo en esto.
Flotamos a la deriva,-pienso- cada uno en su propia burbuja condicionada.
En casa, en cambio, el aire marino me llena los pulmones y la sal del ambiente me curte la piel y el alma.
Todo lo dicho por mi abuelo con su vieja memoria de guerras, bonanzas y hambrunas es cierto.
El mundo es así, una continua oscilación de fuerzas en pugna, con cortos períodos de equilibrio transitorio.


Pasan las semanas y son varios los meses que no voy a la ciudad.
Solo hablo conmigo mismo.
La soledad me templa el alma. Estoy preparado para lo que viene.
Las semillas las tengo en el morral, selladas en el fuego de tu Voz.
En el mortero, muelo el olivo para extraer su aceite solar.
Y en un yunque, parto palabras a golpes de dolor, para ver que tienen dentro, pero cuando las abro sus esencias vuelan y se van.
Las vislumbro e implosionan, desapareciendo.
Mientras tanto sigo buscando...
Porque antes de venir sellamos el pacto de volver a encontrarnos, en esta tierra joven, sedienta de eternidad.