Mientras escribía una carta,
la tinta se volvió constelación.
Hay amores que no caben en los ojos,
solo en esa orilla
donde la luz y la sombra
son el mismo abrazo.

Madre,
te siento como el aire
que mueve las hojas sin hacerse ver:
eres el rumor en mi silencio,
la geometría de lo invisible,
la galaxia que llevo dentro.

(Juego de tus huellas y mi memoria,
el té que ya no se enfría,
el hilo de voz que teje mi nombre).

Y el universo… ese cómplice,
no guarda distancias:
una galaxia entera cabe
en el hueco de tu mano ausente.

Entonces, bajo tanta eternidad,
comprendo:
el amor no se mide en pasos,
sino en latidos de polvo estelar,
en esa chispa
que prende fuegos
con solo recordar.

Y yo,
ahora,
solo soy
el papel donde escribes tu regreso.