Durante varios años fui Voluntaria en Servicio Social, dedicada al Servicio Hospitalario en su mayor parte. Por ser bastante joven y fuerte, me tocó estar sin compañera en dos salas: la de Cirugía y la de Neurología.
También ayudaba en la Secretaría de Cirugía, con las Fichas Clínicas y demás cosas necesarias.
Fue así que trabé relación con un hombre mayor, muy serio y ceñudo, a quien nadie iba a visitar. Lo iban a operar del corazón próximamente, y me di cuenta que era la única persona con la que se comunicaba, vaya uno a saber el porqué. Se trataba de un inmigrante que había quedado viudo, no tenía hijos y al parecer tampoco parientes o amigos. Durante su permanencia en el hospital, nadie fue jamás a verlo y eso me entristecía. Incluso era el motivo por el que pasara más tiempo con él.
Cuando llegó el día de su operación, le deseé toda la suerte y me fui a casa. Al día siguiente, supe de su fallecimiento, varias horas después de la intervención, que evidentemente no pudo soportar. Menos mal que un conocido hizo toda la papelería, el señor era jubilado y tenía ya el entierro pago. Asimismo me enteré del Velatorio donde iba a estar su cuerpo por veinticuatro horas. Al retirarme, fui de inmediato a casa y avisé a mi familia que iba a acompañar sus restos esa noche, realmente no quería que pasara solo esas últimas horas. Lo aceptaron, ya que me conocían.
Estuve ahí a las siete de la noche en punto, calculando que lo irían a recoger doce horas más tarde. Al entrar me recibió la Recepcionista del lugar, que amablemente me guió hasta la sala donde estaba el cadáver. Habían tenido tiempo de prepararlo y noté sus rasgos diferentes, como dulcificados. Se lo comenté a la chica que me atendió, quien me explicó que ésa era la magia de la Esteticista especializada. Supe que en esos momentos se encontraba ahí preparando otro muerto, y como estaba sola, sin nada que hacer, amén de haberle caído sin duda simpática a la Recepcionista, me invitó a ver el trabajo. Fuimos, y me presentó a la Esteticista. Lo que pude apreciar en esos momentos, era cuánto amor ponían en su trabajo. Evidentemente no es para cualquiera y las dos lo hacían con esmero. La que maquillaba, me explicó que hacía cinco años trabajaba en esto y que si había algo que le fascinaba, era ver cómo podía ella con algo de su magia, modificar la expresión del muerto. Había ocasiones en que debía modificar la expresión de susto, o miedo, de terror incluso, en otras ocasiones, era muy plácida, casi beatífica. Y recordó cuando a un cadáver debió borrarle la expresión de sumo placer (se trataba de un marido infiel, muerto en el mismo instante del clímax) imagínense ustedes.
Estaba así, la mar de entretenida, cuando me pareció escuchar un ruido, así se lo hice saber a la chica, que me respondió tan sólo con una sonrisa de comprensión.
Volví por el pasillo hacia la salita donde estaba el señor (Manuel para más datos). Al regresar sentí un escalofrío a lo largo de toda mi columna vertebral y todo mi cuerpo se heló sin saber el motivo. En los momentos previos, había ingresado una Ambulancia con un cuerpo. Me fijé que lo recibía la encargada, e indicaba a los camilleros la salita donde iba a estar. Cuando se alejó la Ambulancia, me acerqué a ella, contándole la sensación que tuve en el pasillo. Entonces me dijo:
-Ya vas a ver cómo éste que recién llegó, se hace notar, esperá nomás.
Quedé en silencio, sin saber a ciencia cierta a qué se refería en concreto, cuando de pronto escuché el censor del garaje sonando. Al rato sonó nuevamente. La miré, y sonrió mientras movía la cabeza como diciendo:
-¿Acaso no te lo dije?
-Pero, ¿cómo es esto? le pregunté – no entra ni sale nadie.
-Yo sabía que era uno de esos, me contestó.
-Decíme, ¿quién toca el timbre del garaje?
En eso volvió a sonar dos veces esta vez. Y la chica me miró sonriente exclamando:
-Sin palabras, ¿no te parece?
Volví a la salita, noté un sillón que parecía bastante cómodo, y me senté en él. Estaba francamente asombrada de lo que ocurría. La sensación de congelamiento ya había pasado. Miré a Manuel que seguía ahí en el cajón, impertérrito. Al cabo de media hora, la Recepcionista volvió donde me encontraba, y se sentó en el sillón de al lado, para conversar. Le pregunté si este tipo de cosas ocurría seguido y entonces me relató una serie de sucesos similares; por ejemplo, cierta vez, sintió los ambientes como muy “cargados”, densos, y quiso sahumerearlos como acostumbraba, esto es, con carboncitos encendidos, incienso, mirra y demás cosas. Al ir a preparar todo, escuchó claramente una voz enérgica y perentoria detrás de ella que advertía amenazadoramente:
-Ni se te ocurra!
Eso de alguna manera la marcó, de manera que jamás hizo gesto alguno a partir de entonces, por “limpiar” el lugar.
Quedé impresionada ante su relato que no dudé ni un segundo, fuera real. Más tarde me contó otra anécdota que me puso la piel de gallina. Resulta que se encontraba muy agotada una noche de guardia como la de ahora, por lo tanto se recostó en un sillón. Habían traído un rato antes, el cadáver de un hombre “pesado”, uno muy conocido que había sido militar. Ella estaba como digo, muy cansada, y se estaba quedando media dormida, cuando sintió pasar a través de los párpados, una sombra. Justo al mismo tiempo, se escuchó un ruido fuerte por el viento, en la puerta. Abrió los ojos y vió una cara tenebrosa de hombre que la estaba mirando fijamente. frente a ella. Sintió un susto de muerte y al gritar, la cara se fue hacia arriba, diluyéndose poco después.
Después de dejarme algo temblorosa por la emoción, se retiró para hacer sus tareas.
Al rato pese a la hora, vino otra chica bastante joven y simpática, que me saludó con cordialidad. Contó que sabía de la conversación que tuve con la Recepcionista y que si ese tipo de relatos me interesaba, podía contarme alguno más. Le contesté que me encantaban y que por favor lo hiciera, agradeciéndole de antemano. La jovencita dijo que recordaba a una mujer que había fallecido por cáncer. Me aseguró que no había nadie en el velatorio, cuando al rato de tener el cajón ahí, escuchó con claridad varios quejidos, seguidos por tres grandes suspiros. Imaginaba que el alma de esa pobre mujer aún se quejaba por el sufrimiento que tuvo que pasar en vida.
Como me vio bastante interesada (y Manuel ya no me precisaba), le pedí por favor si recordaba algún otro episodio ya que me encantaría conocerlo. Ofreció hacerme mientras, un cafecito en la pequeña cocina de al lado, cosa a la que accedí gustosa.
Mientras revolvía el café con el azúcar (batido a la manera de antes), me relató que una mujer del personal de limpieza, una noche fue al baño de señoras para hacer la limpieza diaria, y encontró una de las puertas cerradas por dentro. Golpeó y del otro lado le contestaron. Cuando preguntó quién estaba, se callaron. Volvió a golpear y tornaron a contestarle con un golpe en la puerta. Trató de abrir la puerta a la fuerza y no pudo. Dijo que era imposible que hubiese persona alguna, ya que se habían retirado absolutamente todos del lugar, salvo su compañera. Corrió a avisarle y al volver ambas, encontraron el compartimento con la puerta abierta, vacío por completo. No había nadie, pero era imposible que hubiese alguien antes tampoco.
Le agradecí, y quedé sorbiendo el cafecito muy aromático, sabroso y ultra necesario a esas horas de la madrugada, cuando observé a la jovencita que se miraba (toda coqueta) en un espejo pegado a la pared de la sala, para luego atravesarlo, desapareciendo en él.
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