Desde un lejano pasado…

Aquel enorme parque cuyos frondosos y gigantes árboles adornan ambos lados de una carretera, donde en tiempos muy lejanos carrozas tiradas por caballos hacían las delicias de las damas y de los caballeros con sus paseos en las tardes de verano, ahora, con el correr del tiempo, aunque aún conservan su majestuosidad, debido al progreso, ya no existen aquellas carrozas elegantes, sino que elegantes, pero diferentes, los automóviles son los que lo recorren.
El lugar es paradisíaco, no sólo por aquellos hermosos árboles sino por el río que a ambos lados del parque agitan sus aguas los intrépidos bañistas y los surfistas modernos que no llegaron a conocer la época en que las playas eran visitadas por personas vestidas casi hasta la cabeza al entrar en él.
Ahora todo es distinto, pero ancianos que siendo unos niños oían a sus abuelos hablar del señorío de otras épocas, muchas veces a pesar del modernismo actual desearían haber vivido y paseado en aquellas carretas o carruajes de las que tanto hablaban y que jamás conocieron.
En ese hermoso lugar existe una enorme casa donde se alquilan habitaciones y cuyos inquilinos son en su mayoría hombres y mujeres deseosos de haber vivido aquella época romántica para muchos donde la caballerosidad no se hubiera podido comparar con la de ahora, esos ancianos y algunos no tanto, disfrutan sus vacaciones soñando en una posada totalmente amueblada al estilo de los años mil ochocientos.
Una de esas parejas, unos hermosos ancianos de noventa años, caminaban tomados de la mano por aquel parque, observando y comentando cosas de la vida tal como lo hicieran tantas otras parejas que a pesar de los años aún seguían juntas y sucedió lo que jamás hubieran imaginado, de pronto, sin que ninguno de los dos la vieran ni hubieran escuchado ruido alguno, un hermoso carruaje tirado por dos elegantes caballos blancos, se detuvo ante ellos mientras un hombre vestido a la usanza antigua les invitaba a subir diciéndoles que los haría recorrer aquel parque de punta a punta.
Luego de bajarse del carruaje para ayudar a subir a los ancianos, volvió a subir en él y comenzó el recorrido. El matrimonio no podía creer lo que les estaba ocurriendo cuando por el lado contrario ven venir otro carruaje muy parecido al de ellos y no salían de su asombro, parecía que estuvieran viviendo dos siglos atrás, aquello era maravilloso. Después de recorrer aquel hermoso parque y ver desde lo más alto, la playa, estas personas fueron devueltas al lugar donde las habían encontrado y saludándolos el carruaje se retiró.
Era tal la alegría de aquella pareja que volvieron a la posada a comentar lo que les había pasado.
Algunos no les creían, decían que tenían una enorme imaginación, aunque otros sonreían dejándolos con la duda de si verdaderamente le había ocurrido aquello, pero con un sabor dulce en la boca esa noche soñaron con lo sucedido y al ser su último día de estadía prometieron volver tan pronto como pudieran.
A algunas otras parejas que también se marchaban ese día, les sucedió lo mismo, pensaban que aquel lugar era mágico y también querían volver.
Por la noche, los propietarios de la posada a solas comentaban que nunca se habían sentido tan felices de poder cumplir los sueños de aquellas agradables personas y que tendrían que contratar más carruajes a la usanza de otra época, pero a la vez construir un lugar más grande donde guardarlos y no fueran vistos por los clientes, el negocio prometía, hacer realidad algunos sueños no era tan difícil. Y se preguntaban ¿qué tal si a la posada la llamamos, La Posada de los Sueños Mágicos?
Omenia
14/4/2025