Veo morir al atardecer por mi ventana. El viento de la noche joven se cuela mezclado con los últimos rayos de luz, es como ver morir y nacer al mismo tiempo al día. En la calle hay hombres mirando su reloj, madres reprimiendo a sus hijos, un borracho en la esquina, unos novios abrazándose y el de los tamales hace su aparición. Entre lo cotidiano, el atardecer y la noche, también esta tu ausencia, más fría que el invierno, más escandalosa que todo el ruido de la calle. Los minutos continúan colándose junto con el frío inundando la casa que al fin está en penumbras. No enciendo ni una vela o bombilla eléctrica. Tengo la esperanza de que cuando llegues todo se llene de tu luz.
El ruido de unas llaves abriendo la puerta te anuncian. Entras, enciendes una veladora, me miras de frente. Vuelves a llorar. Yo te consuelo y te animo con la caricia que hacía con mi mano en tu pelo y tu cara. Perdóname, he provocado de nuevo tus lágrimas más, te juro que no me he ido. Todos los días aquí te espero para que, con tu amor, me regreses al mundo.