La abuela Salma. Relato de una vida.
La abuela Salma era una anciana de ciento cinco años que llegó de Siria junto a sus padres cuando apenas contaba cuatro años.
Eran unas personas muy buenas según ella misma solía contarnos que llegaron a este país buscando su destino y que tuvieron la suerte de llegar aquí donde aprendieron el idioma y la criaron trabajando de sol a sol entre los dos, sin más familia que ellos mismos.
Salma creció en el campo, ayudando a sus padres que por aquella época se desempeñaban en una granja, como peón su padre y como cocinera su madre, debido a que los dueños de la misma eran demasiado mayores para hacerlo.
Al morir sus padres, ella quedó en el lugar de la madre, cocinando aquellas ricas comidas que le enseñaron, comidas de su país natal, que tanto gustaban al patrón.
Apenas sabía leer y escribir, pero supo desempeñarse muy bien y aunque no pudo estudiar, era una mujer muy inteligente, a la edad de dieciocho años conoció a un hombre algo mayor que ella que la llevó al altar y con el cual tuvieron once hijos, tres mujeres y ocho varones, todos seguidos, apenas paría uno cuando ya quedaba otra vez embarazada. Llegué a conocerla siendo una niña aún, ella quedó viuda y sus hijos, al ser mayores, la ayudaban.
Me gustaba ir hasta el portón de su casa donde solía estar sentada mirando la plaza donde los niños jugaban y como todos la querían, nos sentábamos a escuchar sus historias que a su vez muchas de ellas le fueron contadas por su madre. No llegó a conocer su patria más que cuando era muy chiquita, pero la madre le contaba tantas cosas que muchas veces, nos decía que hubiera querido volver.
Salma nos hacía cuentos y nos enseñaba algunas palabras en árabe porque según decía, hay muchas palabras españolas que se parecen mucho, quizá debido a que a España también habían llegado inmigrantes y con el tiempo comenzaron a entreverarse según ella, con palabras en español.
Muchas veces después de contarnos sus historias de vida, alguna lágrima asomaba a su rostro, la cual secaba con aquel pañuelito bordado para que no nos diéramos cuenta de que estaba triste.
La mayoría éramos niñas, ella tenía preferencia por nosotras, aunque algunos varones también la escuchaban.
Así supimos que sus hijos con el tiempo pudieron estudiar y trabajar y que estaba orgullosa de ellos y además nos dijo que las tres mujeres ya se habían casado y tenían hijos a los cuales veía poco debido a que la ciudad no se había hecho para ella y que había decidido vivir en el campo en el mismo rancho donde habían nacido sus hijos, pero que extrañaba a sus hijas, a los varones los veía más seguido, ellos se turnaban para estar una semana cada uno con su madre y así pudo seguir viviendo sola hasta el día que falleció de vieja.
Cierta vez, un día de mucho calor, Salma estaba con una blusa de manga corta, todos vimos cicatrices en sus brazos que por supuesto nos apresuramos a preguntarle de qué las habían causado.
Otra vez la tristeza en sus ojos, disimulada con una sonrisa al contarnos su vida luego de casada.
Juan, su esposo era sirio también y con costumbres muy diferentes a las nuestras con respecto a las mujeres y a pesar de que su padre, el de ella, no era de ese tipo de hombre, había seguido las costumbres de su país y muchas veces él también solía castigarla si no era obediente, el hombre era quien mandaba en la casa y así cuando se casó, su marido no le permitía salir si no era con él y todo los trabajos de la casa y parte de los del campo además de cuidar de los niños, recaían sobre ella hasta quedar agotada por eso, cuando su esposo partió no estaba triste, deseaba que ese momento llegara, la vida sólo existía para ella a través de sus hijos a los cuales cuando quedó viuda pudo inculcarles las costumbres de nuestro país y daba gracias a Dios que ellos supieron distinguir entre el bien o el mal en un régimen machista del cual venían sus abuelos, donde la mujer es tratada casi como un objeto, al de nuestro país donde la mujer es respetada, por lo menos desde hacía algunos años, podían trabajar y estudiar como lo habían hecho ellos mismos.
Salma me enseñó muchas cosas, por aquél entonces, siendo una niña aún sólo quería jugar y algunas veces dejaba mis tareas escolares para hacerlas después, pero cuando esto sucedía ella me hacía reflexionar, me mostraba las muchas cicatrices de su cuerpo y me decía que para que eso no me sucediera a mí, tendría que hacer valer mis derechos, que jamás permitiera que ningún hombre pusiera sus manos sobre mí para maltratarme y que sólo yo debía elegir mi futuro, el estudio, algo que ella no tuvo la suerte de tener, me salvaría y me haría una mujer con valores propios y un futuro brillante.
Y no sólo a mí, eso se los decía a todos y cuando algún niño se reía y nos decía que para eso estaban los hombres, ella los miraba tan fijamente que ellos se disculpaban.
Por eso al enterarme de su muerte, por mi mente pasaron tantas cosas. Su enorme sabiduría que le había permitido seguir adelante a pesar de haber sido humillada y maltratada y el no permitir a sus hijos seguir las enseñanzas de un padre golpeador y machista, la enaltecieron de tal manera que un pueblo entero acudió hasta su última morada. Donde en una lápida se puede leer: Descansa en paz, abuela Salma.
Omenia
3/4/2025
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