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Inicio / Cuenteros Locales / vaya_vaya_las_palabras / La mujer gigante

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Siempre intenté ganarme la vida con mi gran pasión, la fotografía. Mis servicios incluían todo, fiestas de cumpleaños, casamientos, viajes de egresados, bautismos... Por suerte, mi nombre era conocido en el ambiente y a veces trabajaba mucho. Aún así el dinero casi nunca me alcanzaba. Por eso la señora Adelaida me presionaba todos los meses para que le pagara puntualmente el alquiler. Claro, yo casi siempre me atrazaba. Pero la señora Adelaida, al parecer, me tenía mucho aprecio, porque terminaba compadeciéndose de mí. Entonces me daba un plazo más para pagarle lo adeudado.

A esa altura de mi vida, yo no quería pedirle ayuda a mis padres. Por esa razón pensaba en mudarme a un departamento más barato, sino a una pensión. Pero, una tarde, la señora Adelaida me dijo que tenía un trabajito para mí, uno bastante lucrativo. Me invitó a pasar a su departamento y esperó a que yo me sentara en el sillón para servirme una taza de té, entonces me dijo que había pensado en mí porque yo era un chico "discreto y reservado". "Discreto y reservado", recalcó con un dedo la señora Adelaida. Yo me quedé pensando en eso, porque nunca me habían ofrecido un trabajo por ser yo "discreto y reservado". La señora Adelaida se dio cuenta de mi confusión y me alcanzó una tarjeta donde había escrito el nombre de una tal "señora Benítez", y también una dirección, cuya ubicación era en un pueblito olvidado del mundo.

Yo la quedé mirando a la señora Adelaida, como preguntándole si de verdad me convenía ir a sacar fotografías a un pueblito tan alejado. "Oh sí", me afirmó la señora Adelaida, "te conviene y mucho... La señora Benitez es una vieja conocida mía y es una persona muy generosa, más teniendo en cuenta la clase de trabajo que te va a proponer".

La señora Adelaida hizo una larga pausa, y mientras ella también se servía una taza de té, añadió que la señora Benitez tenía una hija muy especial, la cual cumpliría viente años la semana siguiente, de quien su madre deseaba tener algunas fotografías de recuerdo. Claro, eso yo lo podía entender, pero lo que no podía entender era por qué me iban a ofrecer tanto dinero por solamente unas cuántas fotografías de cumpleaños. Eso, en realidad, me preocupaba. ¿Adónde me estaba enviando la señora Adelaida? ¿En medio de gente peligrosa, acaso? Además (sin ánimo de ofender), en un pueblito olvidado del mundo la gente suele ser humilde y no tiene de dónde pagar grandes sumas de dinero. La cosa no me cerraba por ningún lado. Se lo di a entender a la señora Adelaida. Y ella trató de aclarar la situación diciéndome que la señora Benítez lamentablemente no le había podido festejar el cumpleaños número quince a su hija por razones de fuerza mayor, y que su última fotografía databa de su cumpleaños número diez, nada menos.

Mirá, me dijo entonces la señora Adelaida extendiendo hacia mí su temblorosa mano, esta es una copia de esa fotografía. Cuando la vi a la luz de la lámpara, vi a la señora Benítez junto a su hija, pero no pude creer que esa criatura tuviera esa edad. La señora Adelaida pareció leer mis pensamientos porque me dijo que sí, que lo creyera; esa niña tan hermosa de la fotografía, la cual era más alta que su propia madre y a la cual le sacaba cuatro cabezas aproximadamente, tenía en aquel entonces diez años de edad. Después me aclaró que esa niña (que ahora cumpliría los veinte) sufría de gigantismo, un excepcional gigantismo que los médicos nunca habían visto. Mi trabajo consistía en tomarle fotografías para su cumpleaños número veinte, y nada más. Pero antes tenía que oir con atención a la señora Benitez, porque al parecer ella tenía muchas cosas para decirme, y si aceptaba esas condiciones entonces yo tenía que seguirlas al pié de la letra.

La tarde estaba cayendo. Después de pensarlo varias veces le dije que sí a la señora Adelaida, que iría a visitar a la señora Benítez a ese pueblito olvidado del mundo. Entonces ella se levantó rápidamente del sillón y casi corrió al teléfono. Marcó y, cuando la atendieron, pidió hablar con la señora Benítez. "Conseguí fotógrafo", dijo sonriendo la señora Adelaida. Y cortó.

A la semana siguiente armé una pequeña valija y equipé mi maletín de fotografía, entonces compré un boleto y me subí al tren expreso. Tenía que llegar al cumpleaños de la hija de la señora Benítez unos días antes del evento, ésto a pedido de la misma señora Benítez (yo desconocía el motivo de ese capricho). Estaba asombrado, jamás en mi vida había soñado siquiera con subirme al tren expreso. Pero ahí estaba, yendo hacia el final de un larguísimo recorrido donde cada vez se bajaban menos pasajeros. Al llegar a la estación indicada, el paisaje era semi rural. Pregunté a los lugareños y me indicaron un ómnibus larga distancia, el cual me dejaría en ese pueblito olvidado del mundo. Cuando por fin llegué, lo primero que hice fue buscar un hotel, pero lo único que conseguí fue una habitación en una vieja posada. Después de dejar mis cosas ahí, le pregunté al posadero dónde podía encontrar la dirección anotada en la tarjeta que me había dado la señora Adelaida. El posadero me miró con asombro pero también con preocupación. Después me dijo que esa dirección era, nada más y nada menos, que la casa de la señora Benítez y que no quedaba muy lejos de ahí.

Cuando llegué a la casa de la señora Benítez, me sorprendió ver que era prácticamente una mansión tan alta. Tan alta que sobresalía por mucho de las casas aledañas. Medía, quizás, treinta metros de altura. O más. Y eso intimidaba. Toqué el timbre casi con respeto y al rato me atendió una sirvienta de mediana edad. Le dije que mi nombre era Patricio, el fotógrafo, entonces me hizo pasar a una sala grandísima. Por dentro la casa era lujosa, pero su techo, lo que más me impresionó fue su techó altísimo, tan alto que me dio vértigo. Me llamó la atención eso y un codo que hacía la sala, hacia la derecha. Se escuchaba algo así como una gran respiración justo detrás de ese codo, aunque yo no sabía muy bien a qué atribuirlo.

A los pocos minutos apareció la señora Benítez, vestida con elegancia. Me ofreció una taza de café, cosa que yo agradecí. Después se sentó en un gran sillón en frente mío y empezó a decirme que seguramente la señora Adelaida ya me había adelantado un montón de cosas, pero que ella en persona quería contarme acerca de lo que consistiría mi trabajo. Me dijo que su hija era un ser muy especial y que por ese motivo casi no se dejaba ver por la gente. Cuando dijo eso, sentí que la respiración de la casa se agitaba levemente. Miré hacia el codo que hacía la sala, pero la señora Benítez llamó mi atención diciéndome que las personas que la veían por primera vez solían atemorizarse en presencia de su hiija, la cual cumpliría veinte años dentro de unos días. Por alguna razón, yo comprendí que mi trabajo iba a ser muy complicado. La señora Benítez añadió que yo seguramente era una persona muy sociable, ya que estaba acostumbrado a tratar con las personas, y que eso facilitaría las cosas. Al parecer, su hija era una persona muy tímida, tanto que le costaba conocer gente nueva. Pero la señora Benítez también me dijo que lo más importante era no presionarla para que se dejara tomar fotografías, porque sino podía tener reacciones muy dramáticas y hasta peligrosas.

A cambio de tantas molestias, la señora Benítez estaba dispuesta a pagarme hasta cinco veces el valor de mi trabajo. Muy en el fondo sentí miedo y preocupación, porque nunca había hecho un trabajo semejante. Todavía arrellanada en el sillón, la señora Benítez me preguntó cuántos años tenía yo, a lo que le respondí que veinticinco. Entonces la señora Benítez me dijo "mmmmm... Sos muy buen mozo y eso quizás traiga problemas. No sé..." Y agregó: "Pero fundamentalmente te elegimos porque sos discreto y reservado, porque no vas a andar divulgándolo por todos lados, y menos allá, en la Capital". Después de hacer una pausa, mirando primero hacia el codo que hacía la sala y después hacia una ventana abierta, añadió que su hija estaba paseando por el bosque cercano. Yo me asombré de eso. La respiración que se oía desde el codo que hacía la sala había desaparecido. Y mirando entonces hacia la ventana, me pregunté a qué clase de chica le gustaría pasear por el bosque. Con la mirada todavía en esa misma ventana, la señora Benítez me aseguró que yo haría bien en acercarme a su hija ya mismo, ya que en horas de la tarde era cuando mejor humor tenía. Para eso yo tendría que salir al jardín, desde donde se accedía al bosque cercano.

Cuando salimos al jardín por la puerta del fondo, descubrí que al lado de esa misma puerta había una mucho más grande, de doble hoja y alta casi hasta tocar el techo. Parecía la puerta de King Kong y estaba semi abierta. La señora Benítez caminaba al lado mío, pero después de un largo paseo por el jardín su hija todavía no había aparecido. El bosque cercano estaba en silencio. La señora Benítez quebró ese silencio con un grito, "hija mía, hija mía, ¿dónde estás?". Luego de un momento se escuchó como el crujir de árboles, cuyas copas se mecían y retorcían al mismo tiempo. Entonces vi una mano gigante en lo alto de una copa. La mano era blanca y enorme. Pensé que estaba soñando despierto. Y sentí tanto miedo que retrocedí unos pasos, como tratando de escapar de esa escena. Pero la señora Benítez me detuvo, me dijo que no tuviera temor. Mirando todavía hacia arriba, vi una decomunal y larguísima cabellera de mujer, la cual era también brillante y se enredaba en las copas de los árboles. También se escuchaban fuertes pisadas. Hasta que frente a nosotros apareció la hija de la señora Benítez.

Era tan alta, tan gigante, y a la vez tan increíblemente hermosa. Entonces me acordé de las palabras de la señora Adelaida y de la fotografía que ella me había mostrado. La señora Benítez, todavía a mi lado, me dijo "ella es mi hija, se llama Florencia". Pero yo casi no la escuchaba, tan aturdido estaba que apenas me funcionaban los sentidos. La señora Benítez le dijo a su hija que yo era Patricio, el fotógrafo, y que le gustaría que hablara solamente unas pocas palabras conmigo. Pero Florencia se dio cuenta de que yo estaba un poco perturbado por su aparición. Parecía tan susceptible a esas emociones, que se detuvo a cierta distancia. La señora Benítez otra vez le insistió para que se acercara, cosa que su hija obedeció hasta pararse justo delante de nosotros. Era gigante, vuelvo a repetirlo. Y tan hermosa. Era una mujer cuya altura alcanzaba los veinticinco metros, fácilmente. También me impresionaron sus piés, ya que Florencia estaba parada descalza justo en frente de nosotros.

Entonces la señora Benítez le dijo: "tranquila, hija, tranquila". Su hija escondía las manos con timidez y balanceaba el cuerpo son suavidad. Entonces me acordé de mi trabajo y le dije "hola, Florencia", a lo que ella me devolvió el saludo pero con una voz apenas audible. Después, por unos breves instantes, nadie tomó la iniciativa. Pero pronto la señora Benítez me tocó con el codo y me dijo que le hablara a su hija, para romper el hielo. Lo hice, diciéndole "yo voy a ser tu fotógrafo". Ella me respondió que ya lo sabía, porque, claro, eso ya lo había dicho la señora Benítez, quien dijo "bueno, está bien, por hoy es suficiente". La señora Benítez, por último, me pidió que regresara mañana a la misma hora, para conversar un poco más con su hija. Todavía aturdido, me despedí de la señora Benítez y de su increíble hija, Florencia. Pero cuando estaba saliendo por la puerta principal, la sirvienta de la señora Benítez me llamó y me dio un adelanto de sueldo en un sobre cerrado. "Por orden de la señora Benítez", me dijo.

Cuando llegué a la posada pensé en si lo había hecho bien o lo había hecho mal, digo, a mi primer contacto con la hija de la señora Benítez. Al verme, el posadero me preguntó cómo me había ido. Yo le dije bien. Y después él agregó "usted debe ser el fotógrafo, le deseo mucha suerte, sabe, porque muchos lo han intentado pero todos han fracasado". Me quedé pensando en sus palabras, y esa noche, aunque me acosté temprano, apenas pude dormir.

Al día siguiente me desperté tarde. Almorcé en la posada y después, movido por la curiosidad, salí a hacer una breve caminata por el pueblo. Todo el mundo me miraba, como si supiera la razón de mi presencia. Mientras tomaba algunas fotografías del lugar, me pregunté si mi llegada al pueblo le había caído bien a la hija de la señora Benítez. Pensando en esas cosas las horas se me pasaron volvando. Entonces volví a la posada a darme una ducha para regresar a la casa de la señora Benítez.

La casa de los Benítez se veía a la distancia. Era sorprendentemente alta. Ahora yo comprendía su razón de ser, porque en ella tenían que entrar los veinticinco metros de altura de la hija de la señora Benítez. Al pensar en eso, sentí muy dentro mío el deseo de hacer rápidamente mi trabajo, para largarme lo más pronto de ese pueblo.

Cuando toqué timbre, me atendió directamente la señora Benítez. Era evidente que me estaba esperando. Me invitó a pasar a la sala y me ofreció una taza de té. Yo estaba un poco nervioso, el pulso me temblaba. Miré hacia el codo que hacía la sala y me imaginé que ahí detrás estaba la hija de la señora Benítez. Pero la casa estaba silenciosa, no parecía respirar como otras veces. Entonces la señora Benítez me dijo que su hija estaba paseando otra vez por el bosque cercano, y añadió que le gustaba hacer eso porque ahí era todo solitario y silencioso. Promediando mi taza de té, la señora Benítez me dijo que la esperara, porque iba a llamar a su hija. Yo imaginé lo que la señora Benítez iba a hacer, es decir salir por la puerta gigante del fondo, la cual daba al jardín trasero, y una vez ahí llamaría a su hija, tal cual lo hiciera el día anterior.

Cuando Florencia ingresó a la casa, el piso rechinó bajo cada una de sus pisadas. Al verme sentado en el sillón, me saludó dulce y amablemente desde su altura descomunal. Yo no podía creer que fuera tan hermosa y tan gigante al mismo tiempo. Luego la vi sentarse en el suelo. Yo había ensayado algunas palabras amables, por eso le dije "te gusta mucho pasear por el bosque, ¿no?". Florencia asintió. Luego dijo que le gustaba el bosque porque era silencioso y porque en él había muchos animales amistosos. Entonces yo le aconsejé a la señora Benítez que las primera fotografías las podíamos tomar ahí, en algún claro del bosque cercano. Florencia miró a su madre con asombro, como si la idea le pareciera apropiada. La señora Benítez sonrió levemente. Yo les aclaré que las primera fotografías podían ser solamente de prueba, para calibrar el enfoque, el encuadre, el contraste, la luz, y ese tipo de cosas que hacían que mi trabajo saliera mejor.

Entonces la señora Benítez le dijo a su hija que sería una buena idea dar un paseo por el bosque junto a mí, para que yo me fuera familiarizando con el ambiente. Florencia pareció estar de acuerdo. Al principio tuve un poco de temor de quedarme a solas con ella, pero comprendí que era parte de mi trabajo. Cuando salimos hacia el bosque cercano, ninguno de los dos se animaba a pronunciar la primera palabra. Pero yo hice un esfuerzo y le pregunté más por el bosque. Florencia no dijo nada, pero su sonrisa en los labios me decía que yo le caía bien, por ese tema de que yo era discreto y reservado, supongo. Entonces comprendí todavía más las palabras que había pronunciado la señora Adelaida.

Ni bien nos adentramos en el bosque, Florencia dijo que le gustaba pasear por ahí porque apreciaba sus tenues sonidos y sus aromas. Yo la entendí, ya que el bosque era relajante. Pero le respondí que no estaba muy acostumbrado a la naturaleza, porque yo era más bien un bicho de ciudad. Cuando me escuchó decir eso, Florencia sonrió. Durante nuestra larga caminata conversamos sobre varias cosas. Entonces, de la nada y para mi sorpresa, Florencia me preguntó si yo estaba casado o tenía novia. A lo que le respondí que ninguna de las dos cosas. ¿Y vos? le pregunté luego. Pero Florencia no respondió. Creí haber cometido una equivocación, ya que a una mujer gigante se le haría difícil encontrar un novio. Con respecto al bosque, no me sorprendió que en él hubiera un sendero especialmente abierto para Florencia. Su tamaño era igualmente colosal. En ese momento descubrí que a mí también me agradaba el bosque cercano, tan lleno de trinos de pájaron y esas cosas.

Yo llevaba mi cámara de fotos colgada al cuello. Cuando llegamos a un claro del bosque, le propuse a Florencia sacar algunas fotografías. A Florencia le gustó la idea. Tuve que alejarme mucho para que ella entrara en el encuadre de la máquina fotográfica. Pero las fotos salieron hermosas. Tal vez porque la sonrisa de Florencia también era así, hermosa. Estuve muy satisfecho con eso. De alguna manera su sonrisa relajaba mis nervios. Quise mostrarle el resultado a Florencia, entonces ella tuvo que ponerse de rodillas para inclinarse y ver mejor el visor de la cámara fotográfica. En ese momento la sentí tan próxima que pude oir su respiración de gigante. Por un momento nuestras miradas se cruzaron. Entonces descubrí que Florenca tenía unos ojos hermosos.

Cuando la tarde estaba cayendo decidimos regresar. La señora Benítez nos estaba esperando en la puerta del fondo. Parecía estudiar la situación, cada movimiento de su hija y mío. Pero Florencia estaba relajada y conversaba con soltura conmigo. En ese momento, tal vez, la señora Benítez comprendió que yo estaba haciendo bien mi trabajo de fotógrafo. Para convencerla aún más, le mostré las fotografías que le había tomado a su hija en el claro del bosque. La señora Benítez las miró con satisfacción.

Esa noche, en la habitación de la posada, pensé mucho en la hija de la señora Benítez. También tenía ganas de quitarme algunas dudas con el posadero, quien seguramente sabía muchas cosas al respecto (en realidad sospeché que todos en el pueblo sabían muchas cosas al respecto), pero la señora Benítez y la señora Adelaida habían confiado en mí, en que yo era alguien "discreto y reservado". Aún así, las preguntas se me agolpaban en la cabeza. ¿De qué se alimentaba la hija de la señora Benítez todos los días? ¿Qué bebía? ¿té o café en una taza gigante? ¿había tenido novio alguna vez? ¿alguna vez se enamoraron de ella? ¿tenía papá, hermanos, primos en el pueblo o en algún otro lugar? ¿había ido al médico alguna vez? Esas preguntas revoloteaban en mi cabeza hasta que el sueño me venció.

Al día siguiente era el cumpleaños de Florencia (ya no quería referirme a ella como "la hija de la señora Benítez", tal vez por la incipiente simpatía que sentía por ella). El posadero me lo recordó cuando me vió, "hoy es el gran día", me dijo. Con ese comentario pretendía, tal vez, que yo le contara detalles acerca del cumpleaños de Florencia. Pero de mi lengua no saldría comentario alguno. Era una promesa.

Hasta que llegó mi hora de ir a la casa de la señora Benítez. Entonces abrí mi valija y me vestí con mi mejor ropa. Al salir de la posada, el posadero me deseó mucha suerte, lo mismo que todos los lugareños a lo largo del camino. Cuando llegué a la casa de la señora Benítez, encontré que la puerta principal estaba abierta. Entré sin golpear. Me pregunté si habría invitados a la fiesta. Pero la casa estaba silenciosa. Eso me dio pena, pena por Florencia. No había ningún invitado en su día de cumpleaños. Entonces apareció la señora Benítez. Me dijo que su hija estaba ocupándose de los último preparativos. Yo entendí que se estaba poniendo linda para las fotos, aunque ella ya fuera tan hermosa sin maquillaje y esas cosas. Mientras esperábamos a Florencia, como siempre la señora Benítez me invitó a sentarme en la sala con una taza de té. Desde ahí se escuchaban ruidos, algo así como ecos. Venían desde una habitación cercana. Yo me imaginé que era Florencia dándose los últimos retoques. Hasta que oí su voz detrás del codo que hacía la sala, "mamá, ya estoy lista".

Cuando escuché la dulce voz de Florencia, sentí que el corazón me dio un golpe, un golpe hermoso e inesperado. A pesar de su exagerada estatura, pude ver que ella estaba tan linda. Tenía puesto un vestido floreado y estaba maquillada, también llevaba en la cabeza algo así como una corona de flores. La señora Benítez me dijo que ya podíamos empezar con las fotografías. Sin dejar de mirar la belleza de Florencia, le respondí que era una buena idea. Por un momento sentí que Florencia tampoco me quitaba la mirada de encima. Le pregunté a la señora Benítez si quería que le tomara algunas fotografías a su hija dentro de la casa, pero ella respondió que sería mejor afuera, en el jardín. Entonces Florencia salió primera por la puerta gigante. Con la señora Benítez la seguimos.

Hacía una tarde preciosa. El sol golpeaba tenuemente en la cabellera de Florencia. Se la veía feliz. De pronto, yo me sentí halagado porque Florencia había decidido dejarse tomar fotografías después de diez años, solamente por mí. Entonces le pedí a Florencia que comenzara a posar para las fotografías. Ella lo hizo muy bien. Cuando la miré a través del visor de mi cámara, descubrí una mirada nueva e intensa. Nunca la había visto mirarme así. La señora Benítez tosió varias veces al lado mío, pero la sesión de fotos continuó de la misma manera. Cada vez que disparaba mi máquina fotográfica, yo no podía evitar mirar los labios rosados de Florencia. Ella era tan hermosa y me miraba de una manera...

También fuimos a tomar fotografías al bosque cercano, donde la señora Benítez no pudo acompañarnos. Ahí Florencia fue un poco más allá, y se sentó en la hierva. Después se subió el vestido por encima de la rodilla. En ese momento mi corazón comenzó a latir a mil por hora. Quise creer que Florencia lo estaba haciendo a propósito. Ella me miraba de reojo, con intensidad pero a la vez con dulzura. Yo no podía creer que estuviera frente a una belleza tan singular.

Así nos sorprendieron los primeros minutos del ocaso. Era hora de regresar a la casa. Mientras desandábamos el sendero, y después de pensarlo varias veces, me animé a decirle a Florencia que había estado maravillosa esa tarde, que nunca había disfrutado tanto de una sesión de fotos como la suya. Florencia sonrió y me dijo que ella también lo había disfrutado, y mucho. Cuando llegamos al jardín del fondo, vimos que su mamá nos estaba esperando en la puerta. Su mirada de preocupación era evidente. Pero al verla tan feliz a su hija, se relajó. Yo le dije a la señora Benítez que las fotografías habían salido estupendas y que estarían impresas para la semana siguiente. Vi lágrimas en sus ojos.

Cuando entré en la casa, La señora Benítez me acompañó a guardar mi cámara en el maletín de fotografía. Se notaba que estaba contenta con el resultado de mi trabajo. Florencia se había quedado en el jardín, pero cuando me despedí de la señora Benítez, Florencia se asomó por el codo que hacía la sala y me dijo "adiós, espero que te volvamos a ver". La señora Benítez dijo lo mismo. Entonces me marché rumbo a la posada. Ya era de noche cuando llegué.

Al ver mi cara, el posadero me dijo que evidentemente me había ido bien. Yo le sonreí y subí a mi habitación sin cenar y sin decir palabra. Antes de dormirme, agarré de nuevo mi cámara y empecé a ver las fotografías que le había tomado a Florencia. Una era más hermosa que la otra. Me quedé mirándolas hasta tarde, especialmente aquellas donde Florencia se había subido la falda por encima de la rodilla. En esas fotos su mirada parecía traspasar el visor de la cámara. Y me llegaba tan hondo.

Al día siguiente tenía planeado volver a la Capital temprano a la mañana, pero algo me detuvo. Fue algo así como una fuerza que de repente sentí en el corazón. Pensé en eso mientras desayunaba en la posada y también mientras almorzaba. Entonces fui a dormir la siesta y cuando me desperté, la sensación seguía quemándome por dentro. Entonces no lo dudé.

Salí de la posada, pero esta vez sin mi cámara de fotos. Me adentré en el bosque cercano a toda prisa, y esperé. Esperé hasta que oí unas fuertes pisadas. También el crujir de las ramas de los árboles. Entonces apareció su cabellera enredada en las ramas mayores. Era ella ¿quién más? Florencia estaba más hermosa que nunca. Se me acercó tímidamente y me dijo que estaba de verdad feliz de haberme encontrado "de casualidad" en el bosque. Le respondí sonriendo, yo también estaba muy feliz. Me preguntó si me habían gustado sus fotos. Le respondí que las había mirado durante toda la noche, sin descanso. Florencia sonrió y miró hacia abajo, un poco sonrojada. Entonces me dijo algo que nunca olvidaré. "¿Sabés algo? Nunca me besaron". Yo tenía ganas de acariciarla pero Florencia medía veinticinco metros de altura. ¡Vaya obstáculo! Entonces le respondí: "si te inclinás hacia mí, no voy a hacer otra cosa que acariciarte". Florecia se puso de rodillas, y me extendió la palma de su mano abierta. Yo me subí en ella. Y Florencia me fue acercando hasta sus labios lentamente. Ya podía sentir el perfume de su vestido y de su piel. Cuando estuve frente a sus labios, se los acaricié y la besé con ardor pero sin apuros. Todavía recuerdo la humedad de sus labios. Lo que no recuerdo es cuánto tiempo duró nuestro beso. Tal vez hasta cuando Florencias quedó saciada.

Esa misma tarde regresé a la Capital. Cuando llegué era ya de noche. Sin saber muy bien por qué, toqué timbre en el departamento de la señora Adelaida. Ella me recibió con un beso en la mejilla. Eso me sorprendió, porque nunca antes lo había hecho. Le agradecí que me hubiera recomendado con la señora Benítez, ya que al final había resultado en una aventura excepcional y enriquecedora. Me dijo que la señora Benítez estaba muy satisfecha con mis servicios. Cuando me dijo eso, yo me sentí un poco mal, porque la señora Benítez ni siquiera sospechaba que yo había besado a su hija en secreto. Pero también estaba contento. Ahora tenía el dinero suficiente para pagarle a la señora Adelaida lo adeudado del alquiler. Aquel mes me sobró bastante dinero.

Esa misma noche imprimí todas las fotografías de Florencia. Como hice en la posada, me quedé mirándolas hasta entrada la madrugada. Qué hermosa estaba Florencia en su día de cumpleaños. Y yo tan feliz de haberla besado en el bosque. Pero más feliz estaba porque tenía que regresar a aquel pueblito olvidado del mundo, a llevarle las fotos impresas a su madre.



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Texto agregado el 04-04-2025, y leído por 285 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-04-2025 Este texto se pasó ,digo yo, En realidad narras tan bien,que a pesar de ser largo,al leer todo aquello,deseaba que no terminara,porque me atrapó. Acá se comprueba que cuando hay amor,nada importa... No tengo las palabras precisas,pero esta demasiado belloi. Felicitaciones Victoria 6236013
05-04-2025 Me deje llevar por esta maravillosa historia. Queda un final abierto. Todo es posible. Felicidades!!! tete
05-04-2025 Sumamente interesante lo que contaste. Si me animé a leer un texto tan largo, (lo cual casi nunca ocurre), ha sido por ser tan fascinante. Te felicito, Cristian!!! Un beso. MujerDiosa_siempre
04-04-2025 Me gustó mucho tu cuento. ¿Sabremos algún día qué sucedió cuando fue a llevarle las fotos o vas a dejarnos con la incógnita? jajaja. Saludos. ome
04-04-2025 Ingenioso relato sobre una super mujer. Los digo por su belleza y por la estatura. Muy bueno tu cuento. maparo55
 
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