Desnuda frente al espejo no era la más bella, pero con esa túnica negra se parecía a las diosas griegas. Era esbelta como una palmera y con un caminar de río que sabe seguir su cauce.
Unos la llamaron Juno y otros Diana, pero se parecía a María. Tenía todos los nombres del agua y todos los nombres del viento, todos los nombres de la noche y de la luna.
Cuando estaba pensativa tenía la placidez del mar en calma, pero cuando se enfurecía era como un tornado. Con facilidad pudo desfilar por todas las pasarelas más importantes del mundo, con ropa o sin ropa pudo aparecer en las portadas de las revistas del Jet-set más importantes del mundo.
Pero María nunca arrendó su sonrisa, ni tampoco su cuerpo para posters, tampoco tenía un portal en Internet ni una galería de fotos para que la visitaran.
María caminaba solitaria por las grandes avenidas. No se comprometía con nadie, a no ser que fuera con ella misma. A los únicos banquetes que asistía era a los de la palabra, por ella se embriagaba, por ella vivía y moría.
La última vez que se levantó de su lecho fuè para asistir al funeral de sí misma. Cuando la mañana la sorprendió se levantó aprisa, se bañó más aprisa, tomó un café más aprisa. Era tanta la prisa que llevaba que no advirtió a ese carro fantasma que venía acelerado en contra de la vida y ahí la dejó en medio de la vía, con sus libros de poesía y su botella de vino soñando para todo el resto de su vida. Nunca consiguió la fama y hasta el último día bebió vino para celebrar su propia muerte. En el último sueño alguien le decía "no pases por esa calle".

Por: PEDRO MORENO MORA
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