El Cuarto de la Puerta Blanca
En mi cuarto, la música canta para mí.
Las paredes guardan ecos de canciones que me abrazan
mientras el mundo, allá afuera, gira en círculos de colores vivos.
No odio nada, ni a nadie. Solo amo este silencio
donde el tiempo se disuelve en películas, versos,
y el agua que bebo —pura, sin alcohol ni sueños prestados—
me recuerda que el cuerpo ya no traga mentiras.
Las mujeres pasaron. Bellas, locas, efímeras.
Me tuvieron como muñeco de sus noches,
y yo, títere voluntario, amé el calor de sus sábanas.
Hoy, sus ausencias son pájaros que se llevaron
pedazos de mi piel, pero dejaron las alas.
Prefiero no hablar de mí… ¿Para qué?
Todos tenemos grietas, divorcios, hijos que no nacieron.
Prefiero escuchar las canciones que no mienten.
La puerta blanca es mi lápida sin fecha.
Aquí dentro, nace una flor en mi pecho:
se abre, exhala aroma de palabras,
y el cuarto se pinta de un rojo que no sangra,
sino que late. Es mi fiebre, mi carta al mundo:
*"Busquen lo que nadie les robe. Guárdenlo aquí,
en el cuarto que solo ustedes habitan".*
Mañana saldré. Llevaré una bandera de amor invisible,
sonreiré a los ojos que encuentre,
y en silencio diré: *"Los quiero"*.
Pero siempre volveré.
Porque esta puerta blanca no es cárcel,
sí la llave que abre y cierra el ciclo:
música que termina, música que empieza,
y yo, bailando en el umbral,
con el polvo del misterio pegado a los zapatos. |