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El cinturón de Kuiper.
Primera parte.

Uno.
Eh, colega. Por aquel tiempo se decía mucho. Y lo de “notas” estaba también en la boca de la gente. Aquel sábado noche pasamos del concierto de Los Rodríguez al mismo cinturón de Kuiper. Vaya viaje. Enseguida eras colega de la gente y si veías a alguien fumar de su propio porro colegías que no había nada dentro. Excepcional, me refiero. “María” a lo sumo. Pero aquel no sabía a “maría”. Me entró tal modorra que cuando desperté al día siguiente, tenía la sensación de haber hecho un largo viaje. Yo creo que aquello nos curó un poco la locura del mundo que veníamos almacenando.
Al día siguiente- eran las fiestas del barrio- me contó Alex que había estado toda la noche viajando alrededor del cinturón de Kuiper. Al tipo del porro no lo volvimos a ver por allí más. Pero le quedamos agradecidos. De algunos porros se pasaba a la cuarta planta de los psiquiátricos, “en un periquete”- como decía el aeronauta, que a su vez había copiado de su abuela manchega, y que nadie interpretábamos de manera distinta a la instantaneidad, sin saber en realidad de dónde venía la expresión. Cuando lo decía no podía evitar acordarme del Español. Su estadio, en Cornellá, no pillaba demasiado lejos. Los periquitos- así se les llamaba a sus aficionados- tenían algo de halo romántico, frente al todopoderoso Barça, que por aquel tiempo monopolizaba todos los trofeos, copa de Europa incluida. Estoy hablando del año noventa y uno. Pero esto es incidental, no viene al cuento, al menos momentáneamente.
Dos.

“Déjame atravesar el tiempo,
Sin documentos”.
Recuerdo que decía la canción de Los Rodríquez. Una incipiente inmigración sacudía España. Los fondos europeos habían hecho interesante nuestro país. Y por todos lados se hablaba de “visas”, de permisos de residencia, de papeles. Y, creo que de eso iba la canción. España se había convertido en el dorado para Hispanoamérica en general, pero también para centroeuropeos más pobres y personal africano.
Como consecuencia, apareció el fenómeno de los skin, y por todos lados se andaba dando la gente de mamporros. Los del barrio asistíamos cariacontecidos a todo aquel movimiento, pero en general no teníamos inconveniente frente a aquella deambulación novedosa. Estábamos acostumbrados a los “camellitos”, y, se ve, nos hacíamos la cuenta de que donde comían cuatro comían cinco- también lo decía el aeronauta de Kuiper. Posiblemente viniera de la misma fuente de sapiencia de su abuela.
Mi amigo Alex era un entusiasta de los viajes siderales. Tenía la certeza de que cuando morías, emprendías uno, buscando el destino del amor verdadero. Y allí donde lo hallabas, encontrabas la morada definitiva. Y al poco tiempo, él lo emprendió. Inopinadamente. Pero no creo que se refiriera al que hizo dentro de la funeraria, a La Mancha- pues allí le dieron sepultura, al lado de la tumba de su abuelo. Pese a lo dramático de la situación, me estuve riendo un rato de aquel viaje intempestivo, tras el funeral, que se dio en la iglesia del barrio, en mi habitación, con el último porro de “maría” que me había legado y que no nos habíamos podido fumar juntos. Después me metí en Internet a ver qué leñes era eso del cinturón de Kuiper. Al parecer era una zona del sistema solar entre Neptuno y Plutón.
Disco circunestelar en el sistema solar exterior- decía la Wikipedia. Imprimí la foto que me pareció más atractiva y la puse en el cabecero de mi cama. De ahí en adelante tendría la certeza de que si eran verdad sus teorías, allí se encontraría mi amigo.

Tres.

Y hube de seguir sin él y sin sus fantasías. Y qué ajeno estaba a que pudiera encontrarse la muerte de aquella manera. A su novia le conté la historia. A ella no le había dicho nada. Al parecer, conmigo, no le importaba pasar por loco. Pero, en realidad, era una idea bastante válida. De vez en cuando me pasaba por su casa. A sus padres les gustaba verme por allí. De alguna manera era como verlo volver de aquel viaje sin retorno. Se había electrocutado en las vías. Algunas veces íbamos allí. Habíamos estado mucho de niños. Pero la última fue él solo. Algunos decían que lo había hecho aposta. Que había tocado adrede la catenaria. Pero nada hacía sospechar que en aquel vagón abandonado en vía muerta pudiera circular corriente alguna.
No obstante nunca pudimos salir de dudas.

Parte segunda.
Uno.

Nuestros padres- los de Alex y los míos- se habían conocido en Suiza. No esquiando en el país helvético, sino más bien en misiones menos festivas. De allí había nacido una amistad de toda la vida y cuando se volvieron de la emigración, en lugar de regresar a la Mancha, ellos, y a Andalucía, los míos, decidieron hacer otra emigración, pero interior, y se vinieron a Barcelona. Allí, en Suiza, habían aprendido a instalar calentadores y otros aparatos de cocina como lavadoras, lavavajillas. Todo el menaje eléctrico característico. También a arreglarlas. De tal forma que se hicieron socios y montaron un taller en Badalona. La madre de Alex era catalana y había conocido a su marido- el padre manchego- precisamente en la emigración y allí se habían casado. Alex tenía la nacionalidad suiza, pues había nacido en Berna. Era un suizo catalán con raíces manchegas. No me extraña que le fascinaran los viajes interestelares, pues de muy pequeño había hecho uno, el viaje de retorno a España y en canastilla. Su abuela- aquella fuente de sabio conocimiento de que hacía gala- había enviudado por entonces y se había trasladado con la familia a Cataluña.
Dos.
Quizá por este trasiego, cuando nos vimos sorprendidos por el aluvión de extranjeros en aquel barrio de la periferia, nadie dijo esta boca es mía. Por entonces teníamos, ambos, pocas cosas claras, sólo que disfrutábamos de la juventud que nos había tocado en gracia. Sin apuros económicos, vislumbrábamos un futuro parecido al de nuestros padres, y ahí iba enfocada nuestra formación, pues también éramos compañeros en el Centro de Formación Profesional- rama electrónica- de Badalona. Se podía decir que habíamos pasado la vida juntos, pues era frecuente el contacto entre nuestros progenitores, razones laborales al margen. Se llevaban bien las dos familias.

Parte tercera.
Uno.

Hubo de pasar mucho tiempo cuando en el metro, en Barcelona, de vuelta a casa, reconocí al tipo del “chino” del concierto de Los Rodríguez. Y era que no se me despintan las caras. Algo me decía que tenía que ver con el embrollo que vislumbraba en torno a la muerte de Alex. Lo seguí, prudentemente, y vi que se introducía en un bar por la zona del Paseo de Gracia. Fue recibido muy familiarmente, por lo que colegí que era un vecino del barrio y que no era la primera vez que a aquel bar entraba.
Se lo dije a Mariela- la novia de Alex- que era la que insistía en que algo extraño había detrás de la muerte de su novio. Ya que, de repente, Alex, poco antes de su muerte, había empezado a manejar plata. Conmigo seguía siendo el mismo. Un día, por mi cumpleaños, me sorprendió con un “peluco” caro y lo acepté, pero ahí terminaron mis pesquisas, interpretándolo como que me tenía afecto hasta ese punto y que había hecho un esfuerzo ahorrativo para ello. Sin embargo, según dijera, con ella, había empezado, repentinamente, y eso era lo sospechoso, a ser espléndido. Cenas en restaurantes del centro, entradas para el Barça. Mariela era culé. Alex y yo, sólo forofos del Juventud de Badalona. Y sin pisar mucho la cancha.

Dos.
Los fines de semana, y de ahí nos abastecíamos para las entradas, íbamos al taller de electrodomésticos, y aprovechando nuestros conocimientos de electrónica, arreglábamos circuitos impresos y hacíamos por allí unas cuantas chapuzas. Por lo que, de entrada, teníamos un nivel de compra un poco por encima de los chicos corrientes del barrio. Pero las entradas para el Barça- y más por la eufórica etapa a que me refiero- exigían algo más que paciencia y pulso con el estaño. Luego ya no se arreglarían: se cambiaban y punto (los circuitos, me refiero). Pero por aquellos tiempos se ahorraba todavía y ahí entraban nuestras virtudes en la materia, pues estábamos dando los primeros balbuceos en electrónica.
Al parecer, Alex, siempre objetaba, que había acudido a algún domicilio y había conseguido arreglar alguna máquina (lavadora, secadora) cara.
- De esas que llevan mucha electrónica- le decía.
Y que de ahí procedían los obsequios. A la chica le hacía tanta ilusión ver a aquel Barça ganador, con Koeman y demás, que pronto se le olvidaba. Sentía auténtica idolatría por el bravo defensa holandés. Y era culé de las de camiseta, aledaños del Campo Nou arriba, aledaños del Camp Nou abajo. Estaban muy enamorados, y cuando le fueron con la noticia de la electrocución, no pudo evitar en reparar en que era algo que tenía que ver con aquellas localidades futbolísticas. Nunca pensó que fuera casual su muerte.
Cuatro.
Tanto me dio la barrila, pues yo, fuera del reloj, no había notado ningún cambio en Alex, ni siquiera en su ajuar vestimentario; que empezamos a investigar por nuestra cuenta.
Conmigo seguía siendo el mismo, sólo que pasaba más tiempo con ella. Pero tampoco era nada extraño, pues por esa edad, los chicos se empezaban a enfocar más que a los amigos, a las chicas.
Yo apenas salía del barrio. Seguía con los mismos amigos. Ensayábamos en un garaje, los que habríamos de formar la primera banda de rock and roll en catalán de la historia. Luego nos pisó la idea Sopa de Cabra. Y nosotros, por otra parte, y sin Alex- que no tenía ni oído ni ganas-, fue dar el primer concierto, en el propio barrio, y de teloneros de Los toreros muertos, para más señas por cierto, y ver que aquella mezcla, o no tenía mucha salida, o, que sencillamente no éramos tan buenos músicos como nos tuviéramos- tampoco hay que descartar esta idea. El caso es que se deshizo la banda.

Cuarta parte.

Uno.

Tales pesquisas nos condujeron a un hotel de Berna, después de saber que el tipo del “chino” era un camello conocido del barrio de las Ramblas. También supimos que alguien los había visto juntos, poco antes del hecho luctuoso de esta historia.
Alex no tenía hermanos. Sus padres nos dieron a Mariela y a mí sus cosas. Se quedaron sus fotos de familia y algunos recuerdos y lo restante nos lo ofrecieron y lo aceptamos ambos. Así fue cómo heredé su música. Tenía una colección importante de cd, piratas mayormente, pero que sonaban igual de bien que si hubiesen sido reglamentariamente adquiridos por su justo precio en El Corte Inglés o cualquier establecimiento habilitado legalmente, en lugar de proceder de una manta sobre el suelo, extendida y presta a ser retirada al primer aviso de que los municipales anduvieran cerca. Por entonces, todavía se veían vendedores de música y películas por las calles. Luego, cuando todo el mundo tuvo acceso a Internet, se especializaron en otras cosas: falsificaciones de los más diversos objetos y camisetas deportivas. Pero en aquel tiempo formaban parte del paisaje urbano, tales vendedores, como lo pudiera ser una farola.
Y ello viene al cuento de que, poco antes de su muerte, Alex había hecho un viaje a Suiza, del que nadie, ni siquiera sus padres, teníamos constancia. Entre sus papeles encontramos la prueba documental de ello, unos billetes del “interrail” y una factura de un hotel en Berna.

Dos.
Por entonces, con los primeros móviles- por tanto, sencillos- todo el mundo empezaba a hacer fotos por ahí, fotografiando todo lo fotografiable. Así fue cómo nos hicimos con una foto del menda del barrio de Gracia. La pasamos por todos los conocidos del nuestro, y alguien dijo haberlo visto hablando con Alex, precisamente en las Ramblas, por el centro de Barcelona. El silogismo se completaba de una manera clara: se trataba de algún asunto de menudeo de drogas.

Parte quinta.

Uno.
La novia de Alex era una políglota. Yo me manejaba un poco con el francés de la escuela. Aquel verano nos sacamos también nosotros el interrail y con la excusa de pasar unas cuantas semanas por Europa, nos presentamos en el hotel de la factura, en Berna. Y por allí estuvimos dando palos de ciego, sin saber que la respuesta a aquel embrollo la teníamos muy cerca, en casa. Pero lo cierto es que nos empezamos a gustar. Ella echaba en falta a Alex, y yo era lo más parecido a un recuerdo en carne mortal que de él hubiera. También supimos que alguien de aquel hotel, la recepcionista, lo recordaba. En cuanto empezó a tomar confianza con nosotros, de tantas entradas y salidas, de tantos “merçis et avoires”, hicimos alusión al hecho, y, mostrándole fotografías, dijo recordarlo, pues no había cambiado de trabajo en todo aquel tiempo y tenía buena memoria.
“Pero era un chico suizo, no”- medio inquirió, medio afirmó-. “No puede ser el mismo”- dijo cuando comprobó nuestros nombres y residencia. Y era que al parecer, Alex, se había registrado con su pasaporte- debidamente renovado, pues hasta el día de su muerte conservó la nacionalidad helvética.
No insistimos más, pero al menos supimos que aquel viaje no era sólo una sospecha. Era un hotel de tipo medio, que no ocultaba enteramente sus tiempos de esplendor, pero que por entonces estaba habilitado para turistas del montón, con gran trasiego de gentes con cámaras en ristre, pantalones cortos y sandalias.
Cuando dejamos el hotel, con destino a la gare de Berna, a agotar el interrail dando los últimos tumbos por Francia, nos llamó, y dijo recordar, que si era él, estaba acompañado de otro chico. Entonces le mostramos la foto del menda del Paseo de Gracia, e iluminándosele el rostro, señaló la pantalla del móvil de Mariela y, como si de una aparición se tratara, dijo en perfecto español: “sí, el mismo”.
En un buen inglés, aunque no era necesario, Mariela, le preguntó si estaba registrado con él. Y la recepcionista, pareciendo hacer un esfuerzo de memoria, dijo que no, que venía a buscarlo.



Dos.
Ahí estaba claro que se trataba de un asunto turbio, como turbio era el oficio, que, si nuestros informes eran certeros, desempeñaba en Barcelona. Alguien, aprovechando la nacionalidad de nuestro amigo, había hecho su agosto, o había intentado hacerlo- se le ocurrió a Mariela.
Aquellas entradas para ver a Ronald Koeman, al parecer, no procedían de reparaciones de electrodomésticos afortunadas. No obstante, todo eran sospechas, nos faltaba una prueba para ir a la policía.

Tres.

Europa, por otro lado, era bastante bonita. Nada que ver con el cinturón de Kuiper, pero tampoco distaba mucho. Era como Las Ramblas, pero generalizadas. Unas Ramblas que se extendieran indefinidamente, como el cinturón de marras, pero en lugar de entre Neptuno y Plutón, en tierras más próximas, en el espacio de la Comunidad Europea. Pero se nos acabó el dinero. Aún nos quedaban días de bono de transporte, pero no fondos para cubrirlos. A la vuelta, de regreso por Hendaya, cayó en la cuenta.

- El tipo le propuso, aprovechando su doble nacionalidad, introducir “merca” en España, y Alex se la quedó entera. Una venganza. Luego hicieron que pareciera un accidente porque con estas cosas no se puede jugar y él lo hizo, arrostrando las consecuencias. Y la policía sin hacer de nada cuenta.
El resto del verano establecimos, por tanto, una severa vigilancia. Estudiábamos todos los movimientos del contacto en Berna. Nada particular: del bar de Gracia a los aledaños de Las Ramblas. Papelinas arriba, papelinas abajo. Posiblemente “caballo”, por el público que se le acercaba. Los cocaleros suelen tener otra pinta. Pero, al parecer, en grado de menudencia. Los llamados “chinos” empezaron, por aquel tiempo, a ponerse de moda. Había gente que los simultaneaba con la coca, para bajar sus efectos y poder poner punto final al frenetismo del alcaloide, o al menos intermedio. De uvas a peras se podía hacer uso del fruto de la amapola afgana- como decía nuestro asesor en el tema-, pero si te acostumbrabas, te entraban los mismos “monos” que inyectada. Esto es: demacración general, vómitos, diarreas, y, lo peor de todo, que remitían ipso facto en cuanto volvías a hacer uso de la sustancia. Te tenían, quizá por ello, y de traficar, bastante tiempo en la trena, pues no sólo perjudicaban al usuario, sino a la sociedad entera. No era como los porros, que te entraba la risa, pero no tenías que andar por ahí dando palos para procurarte la sustancia. En cambio, para un “locatis”- seguía nuestro experto-, un porro lo podía mandar directamente a la cuarta planta, mientras que haciendo un uso racional del caballo, fumado, y un par de veces solamente, no más, te entraba tal modorra que se ahuyentaban todos los fantasmas que te asediaban. Pero a ver quién tenía tal pulso. No habría que haber estado loco para ello. Por lo que tampoco lo recomendaba.

Cuatro.

Para salir de la duda, Mariela, se le acercó un día. Pero el tipo se debió oler algo, pues se hizo el longuis, amenazando incluso con llamar a la policía. Ahí nos entraron las dudas. Aparcamos el tema y volvimos a lo nuestro: ella a la Facultad de Derecho y yo al grado superior de electrónica. Así se acabó aquel verano. Los estudios nos tenían ocupados. Entre tanto, empezamos a salir. Al principio nos daba apuro que nos vieran por el barrio, y quedábamos por el centro los fines de semana. Sin Ronald Koeman y sin restaurantes de postín, pero tranquilos a la postre. Pasó aquel año entre exámenes y otras cosas y al final oficializamos lo nuestro. Antes que nada, nos pasamos por casa de los padres de Alex, y les expusimos el tema. Nos felicitaron, nos desearon suerte y nos regalaron los compactos que aún quedaban en su habitación. Estaba, tal habitación, como cuando él estaba vivo, como si secretamente esperaran un milagro o cosa parecida. No habían tocado nada. Pero no les hablamos de nuestras sospechas. Creo que tenían bastante, como para hurgar de aquella manera nuevamente en la herida, y más que nada sin pruebas.

Parte sexta.

Uno.

La vida empezó a ser normal para nosotros, habiendo archivado el asunto, pero sólo aparentemente, no de manera definitiva. Y digo aparentemente, porque un día me llamó por teléfono sobresaltada. Al fijo de casa- yo no tenía móvil. Que me presentara en la cafetería de la Facultad, que tenía una noticia que darme. Pensé que sería alguna buena nueva. Andaba detrás de entrar en un departamento de becaria. Pero no me quiso dar explicaciones por teléfono. Le dije que podíamos quedar aquel mismo fin de semana, pero insistió en ello. No me quiso dar más explicaciones por aquella vía.
Aquel jueves precisamente libraba, así que me acerqué al centro de enseñanza.

Dos.

Entre los legados de Alex había un cinturón, de aquellos de bucanero, con hebillas anchas, que por entonces se llevaban, y que había correspondido en el reparto de sus enseres a ella. Mariela lo usaba sin presillas, más como adorno que para sujetar nada. Pues bien, aquella hebilla era intercambiable, de tal forma que podía ser combinada con distintos cinturones, pues iba cogida a la correa por un mecanismo de presión que podía desarmarse y desprenderse del original, facilitando su uso indefinidamente y pudiéndose ser combinado de diversas formas. Pues bien, para su sorpresa, dentro del original, al ir a cambiarlo, había descubierto un fondo, del que había extraído varias papelinas de heroína, unidas unas a otras de tal forma, que sólo hacía falta sacudirlo para irlas sacando fuera.
Aquel cinturón, que no era como el de Kuiper, era la prueba definitiva de que lo que nuestra detectivesca amiga decía, era más que una sospecha. Pero, también era cierto, que alguien había muerto ya precisamente por ello. Podíamos ir a la policía y narrarles todo el episodio, pero también pensamos que sería difícil vincular a aquel tipo con la catenaria de la vía muerta. Todo lo más, lo podían acusar de aquello sobre lo que ellos estaban más que al tanto, pues no les eran ajenos todos estos menudeos de las Ramblas. En realidad sólo había un par de testimonios que los relacionaban. Y por qué no decirlo, también, que nos arriesgábamos de la misma manera que lo había hecho nuestro amigo, para el caso de no haber sido un accidente, no habiéndole ido muy bien por ello. Y que aquellos tipos no iban en broma. Aparte de que, no obstante toda esta historia, nada probaba de una manera definitiva que ambas circunstancias estuvieran conectadas.
Tres.
Así que nos abstuvimos de todo. Nuestra vida ya era lo suficientemente complicada. Con una papelina hicimos un chino y con el chino un viaje a Kuiper. El resto lo tiramos por la canilla del lavabo, poniéndole fin a toda esta historia.

https://youtu.be/e2_XYDBxmbo








Texto agregado el 26-02-2025, y leído por 49 visitantes. (2 votos)


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