—¿A ti no te pasa que a veces matarías a tus compañeros de piso?
—Que si me pasa…
—Tía, que el otro día volví del súper y me encontré a Bruno chutándose heroína en el comedor. ¿Te lo puedes creer? Ahí estaba, en el sofá, con la goma alrededor del brazo y buscándose la vena. Y yo le dije: «¡Cómo te pasas! Si te vas a chutar, hazlo en tu cuarto». Y él va y me contesta: «Pues tú también podrías irte a tu cuarto a ver La isla de las tentaciones, que tenemos que tragarnos todos esa bazofia por ti». «Pero si te gusta más que a mí». «¡Y una mierda!», me dice, mientras se sujeta la goma con los dientes y empieza a chutarse. Muy desagradable. Yo mirando y sin argumentos. «Bueno, pues al menos recoge después, que lo dejas todo lleno de jeringuillas y cucharas quemadas». Y él va y me suelta: «Pues tú cuando friegas siempre dejas el desagüe lleno de migajillas».
—A mí me pasa igual. El otro día cuando llegué del trabajo me encontré a Javi fregando el comedor. Y dirás, cuál es el problema. Pues de que estaba todo el suelo perdido de sangre. Yo no sé si había descuartizado a alguien o qué había hecho. «¿Qué mierda es esa sangre?», le digo. Y él: «Al menos yo limpio lo que ensucio. No como tu perro, que esta mañana he tenido que recoger otra meada». Entonces me entró la angustia, porque no había oído a Pipo ladrar cuando entré. Ay, Dios mío, ¿dónde estaba Pipo? El otro recogiendo la sangre y pasando de mí.
—¡Qué fuerte todo! ¿Sabes qué te digo?
—¿Qué?
—Que deberíamos buscarnos piso juntas.
—Oye, pues…
—No me digas que no.
—Bueno, a ver… Yo no sé si podría vivir con alguien que deja migajillas en el fregadero.
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