El cuadro.

Fernando contemplaba la vidriera de la galería de arte, aún sin creer que el cuadro que exponían era el de él.
Aquel cuadro no lo imaginó, pero desde el día que, al estar mirando una hermosa puesta de sol lo viera como si estuviera grabado en su memoria a fuego y hasta que lo llevó al lienzo, no pudo desprenderlo de su mente.
Una muchacha contemplaba el río, con sus pies descalzos dentro del agua, con su cabellera rojiza que se movía al compás de la suave brisa que la ondulaba y desde ese momento el pintor que nunca había podido exponer alguno de sus tantos cuadros, lo pintó y lo convirtió en una obra de arte.
El cuadro era sencillo, una puesta de sol por culminar con sus hermosos tonos tan rojos como el cabello de aquella chica a la que apenas pudo verle el rostro, aunque no era necesario, estaba seguro de que era hermosa, aunque un dejo de tristeza la mantenía erguida como queriendo entrar al agua y perderse en ella, pero no lo haría, estaba seguro de que, a pesar de todo, no lo haría. El sol se hundió bajo el horizonte y la noche con aquella esplendorosa luna que se reflejaba en el agua hizo que la joven volviera sus pasos hacia la playa y sin que él pudiera verla marchar desapareció para no volver a verla jamás.
El cuadro resultó ser algo tan bello que, sin estar aún terminado, personas allegadas al pintor presagiaban la venta del mismo por varios cientos de miles de dólares.
Cuando al fin lo terminó, hasta él mismo se sorprendió, aquello era una obra maestra tal cual le habían dicho los que lo vieron y tal fue la seguridad del pintor que lo llevó a la galería donde por mucho tiempo la gente se paraba a contemplarlo.
La gente al pasar no podía dejar de mirarlo y eso halagaba al pintor y muchos fueron los que quisieron comprarlo a pesar del elevado precio, pero el joven pintor sentía algo tan profundo por aquel lienzo que cuando alguien quería comprarlo se negaba a venderlo sin saber el motivo, no era rico ni mucho menos, pero era su obra y necesitaba verlo y quería que todos lo pudieran ver.
El cuadro atraía tanta gente a la galería que el dueño de la misma le pidió que lo dejara un tiempo más, aunque no quisiera venderlo con la condición de que le llevara otros cuadros pintados por él y así lo hizo.
Sus otros cuadros al llevar su nombre eran vendidos y el pintor adquirió fama internacional, hasta que un día pintando como de costumbre en la rambla los días soleados, alguien se le acercó.
Aquel cabello rojizo y la figura frágil de una joven, le hizo enrojecer y una sonrisa brotó de sus labios al contemplarla, estaba seguro, ella era la chica del cuadro. Su emoción era tal que por algunos instantes no pudo moverse hasta que ella le murmuró su nombre.
Se presentaron mutualmente y ella le contó que sabía del cuadro que había pintado, que quiso comprarlo al darse cuenta que aquella muchacha era ella, pero que nunca quisieron vendérselo.
Quería saber el precio porque en la galería no quisieron vendérselo, le habían dicho que el pintor no quería deshacerse de él y por eso venía personalmente a rogarle que se lo vendiera.
El pintor guardó sus lienzos y pinceles y pronto se encontraban en la galería y llamando al dueño de la misma le dijo que podía envolver el cuadro y enviarlo a la dirección de la joven y que no le cobraran, era un obsequio con la promesa de ella que de vez en cuando le permitiera ir a contemplarlo.
La muchacha aceptó el regalo y luego de algún tiempo, Felipe, el pintor y Julieta la joven del cuadro entraban a la iglesia para prometerse amor eterno. Hoy Felipe ya no tiene que visitar a Julieta, casados y con dos hijos, el cuadro es la atracción de su propia galería. No siempre el destino está de nuestro lado, pero otras… es agradable pensar que si.

Omenia
24/2/2025