Ese camino en la tierra de los Imbayas, que serpenteaba hacia frescas sombras perfumadas con el olor de árboles de aguacate, fue en ese camino donde quedó detenido el tiempo, ahí también se dibujaron horizontes que serían escenografía vital de una memoria.
La carretera baja desde los andes elevados hasta el valle. En su recorrido va configurando transparentes paisajes, en los que el verde vegetal mezclado con el ocre de una tierra fértil y un azul proyectado por cascadas y ríos, hace de la visión algo que arranca suspiros ahogados.
El auto llegó hasta la sombra de unos árboles, ahí se apagó su motor. Bajamos todos, era una mañana de sábado clarísima.
Cuando ella bajó del auto, la mañana se iluminó aún más. Llevaba puesta unos jeans, zapatos deportivos, y una camiseta celeste que hacia una extraña agradable combinación con sus ojos verdes.
El ambiente no podía ser mejor. El sol era dueño de la mañana, el cielo un lienzo azul con pequeñas nubes en sus bordes, surcado por el vuelo de pájaros. Los bosques se extendían hasta el sonido de los ríos. La vida vibraba como siempre, pero esta vez esa vibración era respiración para mí. Estaba transportado en un viaje que ya era parte de un recuerdo, desde el momento mismo de su explosión.
La casa bajo los árboles era pequeña, desde afuera invitaba a conocerla. Entramos a dejar nuestros efectos personales. Una vez que todos pisamos, ya en confianza la tierra, una alegría grupal se apoderó del momento.
Ella, para mí, era lo que más brillaba. Sus ojos verdes eran dos esmeraldas vivas. Su cabello claro competía con la fuerza del sol. Su rostro era el rostro de mil poemas.
Trascurrió la mañana y parte de la tarde entre el almuerzo, juegos, expediciones al río, conversaciones, música. La caída de la tarde pintó nuevos colores. El cielo se convirtió en una lámina azul oscura adornada con un solitario lucero suspendido al fondo del horizonte donde se recortaba la cordillera.
Ella era ajena a mis ensoñaciones. No cabía la posibilidad de que las entendiera, o peor que las sintiera. En esa aceptación estaba cuando el camino de los Imbayas unió nuestras miradas bajo la noche. Fue entonces que se fundó esta historia como memoria de algo hoy muy lejano en el tiempo, pero muy cercano en la sangre. |