Hubo un tiempo, en que viajar en auto era una experiencia y una aventura que ponía a prueba nuestra vida. Viajar en los ochenta era un deporte extremo , una odisea que te curtía el alma y te dejaba el culo como un bife a la plancha. Y no me vengan con que "ah, pero ahora es más cómodo". ¡Claro que es más cómodo! También es más cómodo no salir de tu casa y pedirte una pizza por Rappi, pagar con mercado pago y hasta poner la propina, pero eso no te hace más hombre, te hace más vago. Lo único que ejercitas es un dedito con el celular.
Imaginate una Chevy del 76, ese tanque Yanky con ruedas que pesaba como un elefante y consumía nafta como si fuera agua bendita y en cada acelerada se te iban dos mil pesos. En verano, con 38 grados a la sombra, vos, tu vieja, tu abuelo tu abuela, tu tio, el canario y el perro. Todos apretados en ese horno con ruedas, rumbo a la quinta de Escobar. Las ventanillas bajas, no porque fuera cool, sino porque era eso o morir asfixiado. El viento que entraba era un soplo de lava, el bostezo de un dragón con acidez y si tenías la mala suerte de ir en el medio del asiento trasero, te tocaba el bulto del apoyabrazos en la espalda y el aliento del perro ovejero en la nuca. Un spa sobre ruedas era...
Y no me digas que el aire acondicionado de ahora es progreso, porque no. El aire acondicionado es para los que no saben sufrir con dignidad. En la Chevy el progreso era que tu abuelo gritara "¡Bajen las piernas, que me están quemando la pelada!" mientras manejaba con una mano y con la otra sostenía un bidón de agua para el radiador, por las dudas, ya que radiador hervía cada 50 kilómetros. Eso era multitarea, no lo que hacés ahora con tu celular mientras el GPS te dice "gire a la derecha", que así nos está yendo por girar tanto para ese lugar...
¿Y el olor? el olor en un auto sin aire acondicionado era una sinfonía de todos los olores de la humanidad: el sánguche de milanesa que tu vieja que había envuelto en papel aluminio, el spray del pelo de tu vieja Elnett, el Chanel 5 de tu abuela, el sudor de todos, los pedos del ovejero y el perfume rancio del pino colgante que tu tío compró en una YPF para "ambientar". Todo eso, mezcladito con el calor, creaba una atmósfera que hoy sería considerada arma biológica, pero que en ese entonces llamábamos "familia".
Ahora, en cambio, te subís a un auto moderno y parece que estás en un laboratorio de la NASA. Aire acondicionado , todo reclinable,ventanas que se bajan y suben solas con un boton, asientos de cuero que no te queman las piernas, y un silencio que da miedo. Y el gps por supuesto en 200 metros gire a la derecha...y dale con la derecha.¿Dónde está el romanticismo de escuchar el motor rugir como si estuviera a punto de explotar? Y que le metías un rebaje en vez de frenar. ¿Dónde está la emoción de parar en una banquina porque el auto se quedó sin agua y tu abuelo putea en alemán "FAGLUSTE SCHEISSE" y te manda a buscar un poco de agua con una botella de Fanta vacía? Eso era vivir, no esta cosa insípida de apretar un botón y que el auto se enfríe como por arte de magia.
Y ni hablemos de la música. Antes, tenías un casete de Mina o Domenico Modugno o de Los Chalchaleros, o valses vieneses no importa igual se trababa cada dos canciones y había que rebobinarlo con una birome Bic. Ahora, conectás el Bluetooth y tenés 50 millones de canciones en Spotify. ¿Y para qué? Para terminar escuchando lo mismo de siempre, pero sin el encanto de que el casete era que se te enriede y tu abuelo te diga "FAGLUSTE SCHEISSE"¡Esto pasa por no cuidarlo, no valoran una mierda, la puta madre!".En alemán por supuesto. Los viajes de antes eran otra cosa. Eran una prueba de vida, un rito de paso. Llegabas a destino con la ropa pegada al cuerpo, el pelo como si te hubiera lamido una vaca, y la sensación de haber sobrevivido a un naufragio. Pero también llegabas con historias: la vez que la Chevy choco en la Gral Paz porque no existia el guardarail, la que se quedó en una zanja, la vez que tu tío se mamo y vomitó en el tapizado, la vez que tu abuela dijo "¡Yo me bajo y me vuelvo en colectivo!" pero no se bajó porque no había colectivo en 200 kilómetros a la redonda.
Hoy, en cambio, llegás a destino fresco como una lechuga, pero sin nada que contar. "¿Cómo fue el viaje?" te preguntan. Y vos, con cara de robot, decís: "Bien, normal". ¿Normal? ¡Normal es lo contrario de vivir!. Normal es lo que le pasa a los que no tienen una Chevy del 76 en el alma.
Así que la próxima vez que te subas a tu auto con aire acondicionado y te quejes porque el GPS no encuentra señal, acordate de los héroes anónimos que viajábamos en los 80 a la quinta, con las ventanillas bajas, el culo quemado y la dignidad intacta. Porque, como decía el abuelo mientras echaba agua al radiador: "Si no sufrís un poco, no lo valorás". Y tenía capaz tenía razón, nomás.
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