Hace apenas un mes que vivo aquí. Es una casona antigua que se cae a pedazos, pero es a lo único que pude acceder con mis magros ahorros. Solo he salido para comprar provisiones y aún no conozco a la gente de la zona. Estoy bastante aislada; no hay vecinos cerca de la casa. Los ventanales dan a un jardín descuidado que me recuerda al de la casa donde vivía con mis padres cuando era niña.

Tengo frío, acabo de encender el hogar pero al frío lo llevo en los huesos.
Ayer encontré un cuadro en el sótano. Lo subí y lo colgué en la pared. No he dejado de mirarlo desde entonces. La pintura muestra a un hombre de espaldas. Su mano intenta tapar una figura. Mi imaginación se ha disparado. Probablemente lo que creo ver sea solo una mancha de humedad o cualquier otra cosa que el tiempo se ha encargado de desfigurar.
Veo a una mujer que mira la mano enorme y callosa de un hombre debido a las tareas rudas en el campo. Escucho los gritos, percibo el malhumor constante. Veo la botella de alcohol y a mi madre que intenta apaciguar a su marido. Veo los golpes.

Decido regresar el cuadro a su lugar. Lo descuelgo y, cuando estoy a punto de bajar al sótano, me fijo en los leños que crepitan en el hogar. En el momento de arrojar la pintura al fuego, experimento cierta liberación. El cuadro desaparece poco a poco entre las llamas.
Ojalá algunos recuerdos pudieran desaparecer así.