Un amor seguro
Rigoberto, un hombre de buenos gustos y exigencias por encima del promedio, se resignó a no encontrar a alguien a quien dedicarle sus mejores poemas y canciones.
Aceptó que tal vez nunca compartiría su paciencia y buen humor, su ingenio en los juegos de palabras ni, finalmente, su sueldo de ingeniero de software,
que bien podría sostener una vida amorosa cómoda, aunque sin lujos. Lo suficiente para una chica de clase media que valore la estabilidad.
Había adquirido bienes, planeado su vida en lapsos de cinco años… solo le faltaba una compañera que apoyara sus ambiciones.
Lo intentó en su círculo social, en clases de francés, en clases de inglés, hasta en el dentista. Pero ninguna mujer lo hizo cantar como un ruiseñor,
croar como un sapo en un estanque a la luz de la luna, o desplegar su plumaje como un pavo real. En el amor, Rigoberto estaba desahuciado.
Aceptó la realidad y decidió hacer otros movimientos en el ajedrez de la vida. Se fijó en una chica delgada, no muy agraciada, pero de buen corazón.
Comenzó a escribirle seguido por WhatsApp, pero aquello se convirtió en un ejercicio obligado, solo por conveniencia. No despertaba su instinto asesino,
no sentía la adrenalina que fluye cuando se enfrenta un reto con un gran premio en juego. La chica no parecía interesante, por no decir muy inteligente,
pero decidió seguir con su plan… hasta que se cansó.
Se dejó morir entre las fotos de Instagram de mujeres hermosas, esas que siempre mostraban lo mejor de ellas. Ahí sigue Rigoberto, esperando que el
destino le presente a alguien que lo haga vibrar como en sus días de universidad, cuando conocía mujeres hermosas, les cantaba y las hacía sonreír.
Por ahora, está de luto.
Y aquella chica que eligió por conveniencia terminó eliminándolo. Quizá lo odia, quién sabe. Las mujeres son extrañas e incomprensibles.
Al final, el destino es el que decide, y para los buenos creyentes, es decisión de Dios. |