Los sesos de Agustín estallaron contra el piso de mármol, una masa sanguinolenta quebrada a los pies del retrato del Capitán General. El cuerpo, inerte, se desplomó como una marioneta sin hilos, la cabeza colgando en un ángulo grotesco. En el baño contiguo, Bianca compartía el mismo destino, su sangre, un reguero escarlata, inundaba la cerámica, un testimonio mudo de la violencia desatada.
Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando el auto de Agustín, un elegante BMW, ingresó al motel "El Paraíso", un lugar frecuentado por parejas clandestinas en la periferia de Santiago. Lo acompañaba Bianca, una joven rubia de 25 años que había conocido en el Club de Golf Los Leones. Él, un exitoso ejecutivo de 35 años, egresado de la Universidad Católica, era un hombre atractivo y coqueto, de esos que cultivan su cuerpo en el gimnasio y su alma con voluntariado en el Hogar de Cristo.
Tras un breve encuentro en el estacionamiento del motel, Agustín chocó levemente la parte trasera de un auto estacionado en una cabaña. Sin darle importancia al incidente, dejó una nota con sus datos y se marchó, confiando en que su seguro cubriría los daños. En el jacuzzi de su habitación, él y Bianca dieron rienda suelta a sus deseos, ajenos a las consecuencias de sus actos.
Mientras tanto, en otra habitación del motel, un hombre y una mujer se entregaban a la pasión. Él, un joven de 28 años llamado Matías, ejercía la prostitución y trabajaba como entrenador personal en un gimnasio de Vitacura. Ella, Estefanía, una mujer casada de 45 años, era una destacada abogada con un despacho en la avenida Apoquindo. Tras horas de desenfreno, Estefanía pagó generosamente a Matías y se marchó, sin percatarse de que su auto había sido dañado.
Al día siguiente, Agustín se puso en contacto con la aseguradora y rastreó al dueño del auto, un tal Tomás Videla, que vivía en un exclusivo sector de Las Condes, a pocas cuadras de su propio departamento. Al enterarse del incidente, el General en retiro, esposo de Estefanía, montó en cólera. La ira lo consumió al ver su auto abollado y al escuchar la actitud prepotente de Agustín, quien se jactaba de su "buena acción".
La furia del General Videla, alimentada por la traición de su esposa y la prepotencia del joven ejecutivo, lo llevó a tomar una decisión fatal. Subió a su casa, un lujoso caserón en Las Condes, y tomó un revólver y un corvo de campaña, un cuchillo de combate que había conservado de sus años en el ejército.
En el baño, donde Estefanía se relajaba ajena a la tragedia, la esperaban el horror y la muerte. El General, transformado en una bestia por la furia, no dudó en accionar el revólver y blandir el corvo, segando la vida de su esposa y de su amante en un baño de sangre.
REFLEXIÓN
La historia de "El Precio de la Culpa" nos invita a reflexionar sobre los peligros de la soberbia, la impulsividad y la falta de empatía. Los personajes, movidos por sus deseos y egoísmo, desencadenan una tragedia que los arrastra a un abismo de violencia y muerte. La historia nos recuerda que nuestros actos tienen consecuencias, y que el precio de la culpa puede ser muy alto. |