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Inicio / Cuenteros Locales / gpalm1990 / El Reflejo de lo Inolvidable

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Karen había decidido que sería escritora. Migraría desde las calles adoquinadas y pintorescas de Puerto Varas a las avenidas llenas de vida y ajetreo de Pudahuel, buscando inspiración entre la imbecilidad aparente.

"No", dijo Benjamín con aire de solemnidad, alguien que no debería tenerlo. Parecía que nunca antes le había dicho algo… algo que realmente pudiese costar un millón de letras.

Descendieron de aquel tren de pensamientos y se besaron. No se habían dado cuenta de lo simple que era. Fue inmediatamente repentino convertirse en tres. Las voces se sucedieron y el tiempo se volvía cada vez más tiempo... ahora, ahora que eran tres. "Nunca más quiero volver a recurrir a este pasado", pensó Karen.

"Me suena a canción", murmuró Benjamín.

"Una vez leí a un tipo que se suicidó, pero antes contó la historia de los peces plátanos", respondió Karen.

"Creo que es hora de olvidar", él buscaba más que decir.

"Hoy ha muerto mi madre, y yo con ella. No existe forma de olvidar algo que se pudre, algo que ya no volverá a ser."

Karen se reflejaba en los ojos de Benjamín. Se distrajo y lo besó. Luego, él la besó con la misma intensidad. Se sentaron en la calle y encendieron un cigarrillo. Karen se puso los anteojos de sol. El día no dijo nada… nada, hasta que confesaron su heterosexualidad. El mundo se puso como loco, convulsionaba en sus manos. ¿Y ellos? Ellos nada podían hacer, así que encendieron otro cigarro. Se abrazaron y desde ese rincón de la calle contemplaron la agitación de un mundo que a esas alturas ya no valía sus sollozos, su pena. Karen sintió húmedo su rostro; uno de sus ojos la había traicionado.

"¿Cuánto necesitas?", preguntó Benjamín. "El pelo de los animales no es distinto a la lana de los hombres. Si nos despertamos por la mañana y lo único que tenemos por hacer es llenar nuestro estómago con un desayuno, ciertamente que los animales son más que nosotros. Con vías naturales y sin cafetera, pueden proveerse del mismo sustento. Chopin lo sabía. Un día, mientras fumaba un habano, me lo confesó entre humaredas congeladas por las nubes grisáceas. Me contó de sus experiencias con Walter, el pianista de la iglesia de los benedictinos. Él, como tantos otros, sospechaba que los perros o los gatos poseían ese toque de humanidad que a nosotros nos faltaba. Así, me dijo, compuso su primera obra."

"Tantas cosas pueden parecerse a tocar un piano. ¿Teclear en un computador? Eso no. Mirar a través de las nebulosas del espacio, eso sí que sí. No queda nada más que decir que eso mismo, o quizás sentarse a escuchar hablar monosílabos al hombre que vende los diarios. Me he dado cuenta de que sabe mucho pero lo oculta todo por un afán que es social desde todos los puntos de vista. Cuando lo observo vendiendo papelitos sin información, le leo el rostro y veo que tiene historias que lo marcaron, algún amor quizás que lo sumió en ese estado de resignación llena de suspiros. ¿Cómo lo sé? Yo amé alguna vez a una mujer, no recuerdo ya cómo se llamaba pero creo que su nombre empezaba con A, quizás lo piense porque el abecedario empieza con la misma letra o los aviones. Por estos tiempos es tan fácil confundir las cosas que uno se ha visto en la obligación de no poner las manos al fuego por nada, y por nadie. Pero yo aún me resisto. Cuando la recuerdo pienso que le daría mi confianza otra vez, aunque fuese quebrada de nuevo. Sé que es más por un afán propio, como cuando se da limosna y se siente la satisfacción en el pecho de haber hecho lo correcto cuando en el rinconcito racional de la mente se sabe que no se ha contribuido en nada muy especial y lo recurrente sea que el menesteroso ocupe las monedas para comprarse otra cerveza en el místico lugar donde tocan las rancheras. Supongo que hablar es una de las cosas más inútiles que nos puede pasar... por hablar nos separamos. Nunca di mi brazo a torcer ni ella el suyo. Por hablar pensamos haber destruido todos esos momentos que naturalmente no dependen de lo que se diga para estar ahí. Yo siempre recuerdo esas cosas, como el día en que nos topamos con un coipo en la casa de campo, la rancherita esa que tenían sus padres. Acariciar al coipo era como tocar piano, por eso no puedo olvidarlo. A ella tampoco, aunque no recuerde su nombre."

Texto agregado el 02-02-2025, y leído por 38 visitantes. (0 votos)


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