El mendigo está sentado arrimado a una puerta hacia la calle de tierra que viene bajando.
Tiene pelo y barba crecidos. No se ha atrevido Juvenal a mirarle a los ojos. A sentido compasión por él, y le ha dado la sensación de que se trata de un tipo monje del existencialismo. Juvenal a sentido profundo el silencio que rodea al caminante.
El caminante sí ha tenido el valor de mirarlo a la cara. Juvenal ha sentido su mirada sobre sí, sintiéndola amigable, sin rencor.
Juvenal ha cruzado la carretera hasta el otro lado. Ahora mira al caminante desde la distancia, y le parece que él también lo mira.
Al lado izquierdo de la posición de Juvenal, está el café en el que pasa horas de trabajo Alicia. Alicia es el sueño de Juvenal Ramírez, la quiere en silencio y sus pies son de plomo cuando su corazón le dice que vaya hasta allá a enfrentar sus ojos.
Ramírez hace juegos con el azar. Ha dicho para sus adentros que si ella sale hasta donde pueda verla desde su posición, él irá a pedir un café y a enfrentar la mirada de Alicia.
Ahí está Juvenal, mirando, escrutando la entrada del café. Su mirada va del caminante desarrapado, a la puerta del café, de la puerta del café, al caminante.
En un momento la imagen de Alicia asoma recortada sobre el fondo. Ella sale, y por casualidad ha mirado hacia el lugar que ocupa Ramírez, la distancia es considerable, pero hay la certeza, de ambos, de que se han cruzado sus miradas.
Juvenal piensa que tiene que cumplir con el resultado de su juego de azar. Entonces aparece el ómnibus que toma diariamente y ha optado por abordarlo.
Atrás quedaron el caminante con traza de sabio, y Alicia envuelta en los colores del sueño de Juvenal Ramírez. |