Corazón Ennegrecido
Cuentos del Subconsciente
Verliebt
Luego de escuchar un ruido indescriptible, que hizo recorrer una tibia transpiración desde mi espalda hasta llegar a acomodarse en mi pecho, abruptamente, se desprendió algo desde mi interior. Huía como si ya no pudiese vivir dentro de mí. Se adhirió pegajosamente sobre el muro liso del dormitorio y comenzó a vomitar una sustancia oscura, creo que sangre mezclada con algo que se asemejaba al alquitrán. Se veía, difusamente, como un pequeño corazón ennegrecido, ahogado por esa sustancia en su interior. Tuve el impulso de tomarlo entre mis manos y ayudarlo a desprenderse de toda aquella sustancia oscura que lo estaba ahogando, pero no sabía con certeza, si aquella sustancia que lo cubría, al contacto con mis dedos, podría ser capaz de ennegrecer también mi alma.
Saqué el teléfono, en un impulso por liberar la presión que ejercía sobre el bolsillo trasero de mi pantalón. Y sin saber cómo, en el instante siguiente, estaba de rodillas con la mano derecha alzada grabando el sorprendente acontecimiento. Sentado sobre mis pantorrillas y con una voz casi apagada me di a la tarea de relatar el increíble episodio para acompañar las imágenes que el teléfono iba capturando.
Finalizado el registro, me puse de pie y corrí apresuradamente hacia la habitación contigua —el comedor—. Me sentía más liviano que nunca. Dejé el teléfono sobre la mesa. Busqué algo que pudiese usar para cubrir mis manos, algo para improvisar unos guantes y tomar ese pequeño corazón ennegrecido de manera segura. En aquel momento, no sabía aún, que iba a hacer luego de cogerlo. Me sentía comprometido con la idea de salvar su vida. Si es que esa pequeña aberración tenía vida.
Y como si fuese absorbida por la nada, de un momento a otro, la luz del día escapó violentamente de la habitación. Todo se cubrió de una penumbra impenetrable, que solo unas pocas velas, puestas sobre la mesa, lograban iluminar. Como en un sueño vívido, vi las siluetas de todos mis hermanos, los hijos de mi madre, sentados entorno a la mesa. Les grite ansiosamente que se acercarán a la habitación contigua, para que pudiesen ser testigos y le pudieran dar credibilidad y cordura a lo que estaba sucediendo, pero, extrañamente, se movían como si fuesen perezosos montados sobre las ramas de los arboles, como si estuviesen sumergidos bajo un profundo lago y el peso del agua entorpeciera sus movimientos y la clara vocalización de sus palabras.
Ajenos a lo que yo estaba viviendo, intercambiaban palabras entrecortadas y susurros. Al parecer, hablaban respecto del registro, en el teléfono, que había dejado sobre la mesa. Eso me pareció al comienzo, hasta que observé a mi hermano menor dejar mi teléfono, cubierto con esa misma sustancia oscura, sobre la mesa con total desinterés. Mi registro, al parecer, no contenía nada más que una imagen desenfocada con inentendibles sonidos guturales.
Se recriminaban mutuamente de sus culpas, sin escucharse los unos a los otros. Atrapados en sus sorderas y en sus propias quejas, ignoraban lo capital de lo que aún estaba ocurriendo en la habitación contigua. Sus rostros se veían desdibujados, más tristes de lo habitual, quizás algo molestos también.
Y fue cuando sus voces se me hicieron inteligibles, que fui capaz de entender que al parecer no estaban aquí o por lo menos no físicamente. Y mientras observaba desde lejos, a través de la puerta abierta, y al mismo tiempo desde el mismo dormitorio, que vi como se desprendía finalmente del muro el pequeño corazón ennegrecido, extenuado y ya sin fuerzas. ¿Cómo podía estar en ambos lados simultáneamente? Al comienzo pensé que me estaba desvaneciendo por lo extraordinario del acontecimiento que había presenciado, pero fue una disimulada mirada cargada de amor y algo de pesar, dirigida al vacío de uno de mis hermanos, que me hizo comprender todo lo que estaba ocurriendo.
Así como mi teléfono que había registrado extraños balbuceos inentendibles sobre un vídeo en movimiento y desenfocado, mi cerebro, a punto de apagarse, había tratado de reconstruir coherentemente el relato de mi propio asesinato. Mi cuerpo yacía extendido sobre el suelo desangrándose por un disparo de grueso calibre. Un disparo recibido por la espalda, que había desprendido mi corazón de cuajo, arrojándolo sobre el muro liso de mi habitación.
—Fin—
Disquisiciones del Relato
Mensajes del Subconsciente
El relato refleja el deseo profundo de querer sanar nuestro corazón, la imperiosa necesidad de cambiar nuestro corazón. Los malos deseos e intenciones son como el alquitrán, no dejan latir libremente nuestro corazón, lo asfixian, lo atrofian, no le permiten ni siquiera llegar a tomar su tamaño normal. Conscientemente, existe en cada uno de nosotros, una auto apreciación soberbia de considerarnos buenos, de sentirnos limpios de toda mancha, de sentirnos libre de culpas por todo el bien que hemos hecho. Nos negamos a aceptar nuestra responsabilidad en el actuar cotidiano, al punto de responsabilizar a todo aquello que es ajeno a nosotros, incluso llegamos a crear realidades asombrosas y hasta metafísicas, para asignar la maldad a fenómenos inexplicables fuera de nuestro alcance como ocurre en el relato de este pequeño corazón ennegrecido.
Los hermanos son los individuos que comparten un camino de vida mucho más cercano al tuyo. Los hermanos son lo más parecido a lo que llamamos almas gemelas, pues comparten el mismo ambiente de formación, rasgos de personalidad y rasgos físicos comunes a la misma herencia genética. Y aunque esto pareciera ser una ventaja a la hora de llegar a ser comprendidos por otros, resulta paradójico constatar que son los que menos llegan a conocerte, pues dan por sentado que te conocen desde siempre, porque compartieron contigo la misma vida e intimidad en la cotidianidad de la adolescencia y la infancia.
Los acontecimientos en nuestras vidas, e incluso el anuncio de la misma muerte ocurren de manera inesperada. Con nuestra muerte quedarán siempre sucesos inconclusos que no pueden y no podrán ser comprendidos por los que nos sobreviven. Estos sucesos son reinterpretados, mucho después de que han ocurrido, por medio de la construcción de un relato. Y es en este proceso intermedio en donde los eventos transcurren con esa dudosa claridad que inquieta a nuestra razón. Hay una cuota de imaginación mágica que siempre colocaremos en nuestros relatos, de manera de rellenar con agradable consistencia y coherencia lo acontecido.
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