En un tranquilo domingo de verano en Maipú, Nicolás estaba en su casa. Las ventanas abiertas dejaban entrar una brisa suave, mientras los rayos de sol, velados por nubes, calentaban el ambiente. Las hojas de los árboles fuera de la ventana danzaban suavemente al compás del viento, y el aroma de las flores veraniegas llenaba el aire. Disfrutaba de un jugo refrescante mientras leía las noticias en su computadora. Entre correos electrónicos y artículos interesantes, la paz de la mañana fue interrumpida por el zumbido persistente de un mosquito pequeño cerca de su oído.
El mosquito, juguetón y travieso, comenzó a rodear su cabeza. Este constante zumbido lo llevó a recordar un momento especial en su vida. Había conocido a una mujer cuya presencia transformó su existencia. En sus labios encontró júbilo, placer y armonía, convirtiéndose en su fuente de vitalidad. La deseaba incansablemente, aunque esos labios fueran prohibidos. "Nunca dejes de buscar lo que deseas", se repetía. El tiempo le había enseñado que era mejor arriesgarse, sin importar el resultado. Porque cuando uno abre el alma y habla desde el corazón, se siente una paz profunda.
De vuelta a la realidad, Nicolás trataba de concentrarse mientras el mosquito, bautizado como bizbiz, seguía molestándolo. Recordó entonces las palabras de su padre: "La mujer de tu vida existe, pero puede que no sea la madre de tus hijos. Y al final, terminas por amarla." Reflexionando sobre esto, se levantó y fue a buscar el insecticida.
Al regresar, observó el vuelo errático de bizbiz y sus amigos zumzum y zziom. Roció el producto a su alrededor, y los mosquitos, astutos, se escondieron entre las plantas. "Se acabó la fiesta," murmuró. Pero bizbiz, desafiante, se mantuvo en el aire, esquivando las gotas como un hábil acróbata. Nicolás agitó las manos en un vano intento de ahuyentar a bizbiz, quien parecía encontrar diversión en esquivar cada movimiento. "Es como si estuvieras entrenado para esto", murmuró con una sonrisa irónica. "Otro día, amigo," dijo Nicolás, viendo al mosquito desaparecer.
Sentado nuevamente frente a su computadora, Nicolás comprendió que tanto en el amor como en la vida, los desafíos eran inevitables. Mientras contemplaba el vuelo errático de bizbiz, sonrió. Los pequeños desafíos y recuerdos, pensó, eran lo que hacía que la vida fuera tan rica y significativa. Y aunque los zumbidos fueran molestos, siempre había algo que aprender de cada momento. |