Crónica de tiempo y vida
De lecturas, contratos e idiomas
Recuerdo que siendo aún un adolescente que le comenzaba a crecer un tenue bigote y una incipiente barba, recién llegado a Santiago de Chile, un día caminando por la calle San Diego me encontré con una variada cantidad de Librerías de viejo. Librerías de viejo, no librerías para viejo o con libros escritos por viejos, en el fondo eran librerías de libros ya leídos y considerados de segunda o tercera mano, o sea libros viejos.
Entré en una, y grande fue mi sombro al encontrarme rodeado por anaqueles que sostenían miles de libros de todo tamaño, de todas las materias de estudio, novelas, ensayos, mucha poesía e infinidad de nombres de autores.
Me entusiasmé y compré tres libros que me costaron una bagatela, al momento de pagar el dependiente me dijo que si me gustaba leer después que lea estos tres volviera y los cambiara por otro tres y por un precio muchísimo menor que la primera compra.
Así lo hice y volví, no sé cuántas veces volví a esa librería, no puedo recordar la cantidad de libros que leí, la cantidad de autores que fueron quedando en mi mente y la cantidad de conocimientos que alimentaron y saciaron en gran parte mi sed de aprender y fueron vistiendo mi ignorancia de entonces con hechos, situaciones y acontecimientos que hasta entonces desconocía
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Bueno, estos recuerdos me llevaron a esos tiempos en que me transformé en lo que llaman ratón de biblioteca, pero no quiero mencionar títulos ni nombres de autores, no viene al caso de lo que quiero contar y tampoco es de mi interés hacer una reseña de lo leído.
Hoy mientras leía algo relativo a política y sociedad en el mundo actual, en mi pensamiento se produjo un pequeño remolino que me retrotrajo a aquellos tiempos en los que leía libros de segunda o tercera mano comprados en la calle San Diego de Santiago de Chile.
Recordé que uno de esos días de búsqueda me llamó la atención un título y sobre todo el nombre del autor, puesto que desde hacía un tiempo me interesaba todo lo relativo a la Revolución Francesa y a todo lo que de ella se derivó.
El autor: Jean Jacques Rousseau y el libro “El contrato social” o en francés “Du contract social ou Principes du Droit Politique” y no sé por qué título y autor me atrajeron, me entusiasmaron y sin yo poner resistencia me atraparon, por lo tanto lo compré. Claro que francés para mí en esos tiempos era chino.
De todas formas, con el libro y Jean Jacques, emulando su título, también establecimos un contrato, en el que yo me comprometía a: primero aprender a hablar y leer el idioma francés y recién después, con calma y paciencia, leer el libro. Lo que ese libro contenía, en esos tiempos, era para mí materia muy importante y de mis preferencias de entonces.
En algún rincón, en alguna caja guardada repleta de libros viejos, aún debe estar “El contrato social” y les cuento que de lo que trata ese libro he leído y aprendido mucho durante mi larga vida, pero con un poco de vergüenza debo confesar que no cumplí el contrato con Jean Jacques y hasta hoy con casi 84, para mí el idioma francés continúa siendo chino.
Creo que la lectura es uno de los más importantes vehículos para recorrer los caminos del saber. |