Le he pedido a mi otro yo una otra tregua apaciguadora,
otra posible respuesta para su pregunta siempre resuelta,
prefiero no saber de antemano todos los veredictos,
en la tesitura de la intriga está la mejor forma de vivir,
esperanza que no se deja corromper por malos presagios.
En la malediciencia más agitadora de mi pensamiento,
no hay más culpables que los que no declaran su culpa,
convencido está él que quién se sincera, esconde algo,
su sentencia previa no acepta una presunta inocencia,
no puede creer en la honestidad o la verdad verdadera.
Pero yo voy a dejar atrás todas esas certezas incuestionables,
de ese piensa mal y acertarás que dicta el refranero,
al final, nada es real si lo vemos con los ojos cerrados,
voy a volver a la ingenuidad de aquel yo no reformado,
aquella representación de mi mismo sin más objeciones.
No quiero más que mi propias sentencias me condenen,
ser juez implacable de un mundo ajeno que me asusta,
ese absurdo subterfugio para una catarsis sin sentido,
porque cuántos hay en este mundo que solo critican al otro,
porque no tienen, Lázaro, el coraje de mirarse a si mismos.
JIJCL, 29 de enero de 2025
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