Mañana, siempre decías,
como si fuéramos eternos,
nuestros compañeros sonreían
a tu paso, con pies de arena.
Olvidé. Todos hemos olvidado.
Lo exquisito era parte de la historia,
aunque al menos… El esplendor se perdía
siguiendo el palo con la zanahoria.
Y aún así, siempre fuiste púdica,
aunque mirasen tus labios rosas,
eras la misma, como una peonza
con el riesgo siempre a cuestas,
bailando con astucia,
sin dejar que se repongan
las miradas curiosas
antes de volver a casa.