Honestamente la iba dejar hasta la anterior pero dado a maparo55 la continue
El aire era denso en la tienda de campaña médica, impregnado con el aroma de hierbas y antisépticos. Los gemidos y lamentos de otros combatientes heridos se mezclaban con los suaves murmullos de las enfermeras. A pesar del dolor en mi costado, sentí un alivio inmenso al ver a Nero sonriendo a mi lado. Pero ese respiro de paz sería efímero.
Días después, mientras convalecía, llegaron órdenes del alto mando. Necesitaban voluntarios para una misión crítica detrás de las líneas enemigas. Nero y yo sabíamos que nuestra amistad y valentía nos harían los candidatos ideales. Sin perder tiempo, nos alistamos, preparados para lo que viniera.
La noche caía sobre el campo de batalla cuando nos infiltramos detrás de las líneas enemigas. El silencio era nuestro aliado y enemigo a la vez. Cada crujido, cada susurro, podía significar nuestra salvación o perdición. Nuestro objetivo: sabotear un depósito de municiones que alimentaba la ofensiva enemiga.
Llegamos al borde del campamento enemigo, ocultos entre la maleza. Nero, con su mirada intensa y decisiva, señaló un guardia solitario patrullando el perímetro. Nos deslizamos silenciosamente detrás de él; con un golpe preciso, Nero lo redujo al silencio. Rápidamente, nos acercamos al depósito de municiones.
Comenzamos a colocar los explosivos con precisión, cada segundo contaba. De repente, un grito rompió el silencio. Nos habían descubierto. El caos estalló a nuestro alrededor mientras las alarmas resonaban y los enemigos se apresuraban hacia nuestra posición.
—¡Nero, debemos terminar esto! —grité mientras aseguraba el último explosivo.
—¡Estoy contigo, Ezekiel! ¡No te detengas! —respondió Nero, aunque la desesperación entraba en sus ojos.
Bloqueamos la entrada del depósito con lo que pudimos encontrar y activamos el temporizador. Con los disparos y los gritos siguiéndonos, corrimos a través del bosque. Alcanzamos un claro, el sonido ensordecedor de la explosión detrás de nosotros desintegró el silencio de la noche.
Al girarnos para ver la destrucción, un disparo resonó. Sentí el impacto frío y doloroso en mi pierna. Nero, con la misma determinación que habíamos compartido desde el primer día, me arrastró a cubierto con una fuerza descomunal.
—¡Aguanta, Ezekiel! ¡No te dejaré atrás! —gritó, sus ojos llenos de fuego y determinación.
Logramos encontrar un refugio improvisado en una cueva cercana, donde nos ocultamos hasta el amanecer. Mi pierna ardía con un dolor insoportable, pero en mi mente solo había una cosa: sobrevivir juntos para ver otro día.
Nos encontramos de nuevo en un campamento aliado, ambos heridos pero vivos. La misión había sido un éxito, y aunque las cicatrices físicas quedarán para siempre, nuestra amistad y valentía se habían fortalecido.
Sentí que, a pesar de todo, al menos por un momento más, habíamos encontrado esperanza en medio del infierno de la guerra. Y mientras el rugido del campo de batalla nunca cesaba, nuestras almas encontraron una fortaleza renovada, lista para enfrentar lo que viniera. |