Siempre he sentido una conexión especial con las mariposas. Desde niña, mis días estaban llenos de esos diminutos poetas alados. Isabella corría tras ellas sintiéndose libre como el viento y fluida como el río. Al volar, su cabello se ondulaba como cascada y sus ojos exploraban montañas y senderos con un brillo similar al de un amanecer.
Las mariposas siempre danzaban a su alrededor: ligeras, en círculos, siempre en movimiento. Le enseñaron a amar la vida con sus tonos festivos. Con el paso de los años, Isabella se encontraba sentada en la banca de un parque, sintiendo nacer alas blancas en su espalda; giraba entre los abetos y se posaba en el polen de las estrellas.
A través de sus alas, fue testigo del amor apasionado de una mariposa por una flor, tal vez la más bella y altiva del jardín. Esa flor florecía en primavera, derramaba pétalos en invierno y adornaba el día con destellos rosados.
Compartía los temores de la mariposa, su infinita paciencia y el profundo desconsuelo al sentir el desprecio de su amada. Jugaba con sombras y luces, cerraba sus alas al ocaso y se agotaba al caer la noche. Todos sabían que un enamorado está dispuesto a hacer cualquier cosa por ganar el afecto de su amor.
Un fatídico día de mayo, el destino fue cruel. La mañana apenas comenzaba a despuntar cuando la princesa de la flor, en un acto inusual, devolvió la mirada a su constante admirador. Entre coqueteos y sonrisas, aceptó finalmente el cortejo de la crisálida. Con vuelos danzantes y colores vibrantes, la mariposa capturó su atención. El jardín se llenó de intensos rojos, naranjas y amarillos, con destellos blancos. La mariposa se reflejaba en el espejo, brillando con una luz especial.
Todo era perfecto hasta que un cruel niño, Mateo, atrapó a la mariposa, a quien Isabella había llamado "Alma", en un frasco. Alma, atrapada, no pudo escapar de su depredador. Con las alas golpeando desesperadamente contra el vidrio, Mateo observó con indiferencia mientras la mariposa se debilitaba. Finalmente, Mateo cerró el frasco herméticamente, dejando a "Alma" sin aire. La pobre mariposa quedó inmóvil en el fondo del frasco. Las luces se apagaron y la flor, nunca más, volvió a abrir. |