En el bullicioso barrio de La Florida, en Santiago de Chile, vivía un joven llamado Daniel. Su vida era bastante común, con días ocupados en la universidad y noches tranquilas junto a sus amigos. Todo cambió el día en que conoció a Marta.
Marta era una chica enigmática y atractiva, recién llegada al vecindario. Desde el primer encuentro, Daniel notó algo peculiar en ella. No era solo su mirada intensa, sino la forma en que parecía anticipar sus pensamientos antes de que él los expresara.
Una tarde, paseaban por el Parque La Araucana, un lugar frecuentado por los residentes de La Florida. Daniel intentó contarle a Marta sobre una película que había visto el fin de semana anterior. Marta sonrió y completó su oración, mencionando el título y dando su opinión antes de que Daniel pudiera pronunciar una palabra. Sorprendido, Daniel se detuvo en seco. "¿Cómo supiste que iba a decir eso?", preguntó, desconcertado.
Marta lo miró con una sonrisa enigmática y respondió: "A veces, solo lo sé."
A medida que su amistad crecía, Daniel se percató de que Marta conocía secretos que él nunca había compartido con nadie. Sabía de su miedo a la oscuridad, su amor por la música clásica y el dolor de perder a su abuela, aunque nunca habían hablado de ello. Era como si Marta pudiera leer sus pensamientos, acceder a los rincones más profundos de su mente.
La situación comenzó a incomodar a Daniel. La presencia de Marta, aunque reconfortante, también era inquietante. Una noche, mientras caminaban por las calles desiertas de La Florida, decidió confrontarla. "Marta, tienes que decirme la verdad. ¿Cómo es posible que sepas tanto sobre mí?", exclamó.
Marta suspiró y bajó la mirada. "No quería que te sintieras incómodo, Daniel. No puedo explicarlo completamente, pero tengo una capacidad... especial. Puedo leer los pensamientos y sentimientos de las personas a mi alrededor. No lo hago intencionalmente, simplemente sucede".
Daniel quedó sin palabras. La presión de saber que alguien podía meterse en su cabeza era abrumadora. "¿Puedes controlarlo?", preguntó.
"Lo intento, pero no siempre funciona", admitió Marta. "He aprendido a bloquear algunas cosas, pero cuando estamos tan cerca, es difícil no escuchar tus pensamientos".
Daniel se alejó unos pasos, tratando de procesar la información. La presión de saber que alguien podía meterse en su mente era agobiante. Pero, al mismo tiempo, no podía ignorar el vínculo que había formado con Marta.
Decidió darle una oportunidad. Durante las semanas siguientes, ambos trabajaron juntos para establecer límites. Marta prometió respetar la privacidad de Daniel y usar su habilidad solo cuando fuera realmente necesario.
Con el tiempo, Daniel se dio cuenta de que la capacidad de Marta, aunque perturbadora, también era un don. Aprendió a confiar en ella y a apreciar su profunda empatía y comprensión. Juntos, enfrentaron los desafíos de la vida con una conexión única y poderosa.
La relación de Daniel y Marta demostró que, aunque la capacidad de leer pensamientos podía ser una carga, también podía ser una fuente de fuerza y apoyo. En el fondo, era su empatía y comprensión mutua lo que los mantenía unidos, creando una amistad inquebrantable que trascendía las barreras de la mente y el corazón. |