En el bar de la esquina.
En una calle céntrica donde los comercios estaban uno al lado del otro y se podía conseguir casi todo lo que quisieran comprar, había un bar donde no solo se tomaba una buena bebida, sino que la comida era de lo mejor.
Tres hombres ocupaban una mesa en el bar de la esquina, un abogado, un escribano y un contador.
Eran asiduos del lugar, el dueño los conocía desde hacía un tiempo, aquella mesa era de ellos por decirlo de alguna manera, porque cuando alguien que entraba al bar por primera vez y se sentaba en una de sus sillas, inmediatamente el dueño se acercaba para decirle que esa mesa estaba reservada y lo conduciría a otra.
Lo que se conversaba era casi secreto, el abogado siempre con su portafolio repleto de carpetas que de vez en cuando consultaba era llamado por sus amigos Doctor Marín, el escribano de nombre Juan Ramirez de la misma manera que el abogado, siempre con su portafolio y sus carpetas, el contador era el más joven y no se apartaba de su computadora portátil y de su celular, siempre sacando cuentas, su nombre era Agustín Viral.
La gente solía mirarlos, aunque ya no se sorprendían de verlos siempre juntos, algunos sin que ellos lo supieran los llamaban, los tres chiflados.
El dueño del bar era don Amilcar Vas, un hombre regordete y con cara de bueno, aunque cuando la clientela se retiraba su rostro cambiara haciendo ver que no todo lo que reluce es oro.
Tres veces por semana estos hombres se reunían allí, en el bar de don Amilcar y solían quedarse hasta altas horas de la noche, aunque el bar bajara la persiana y cerrara. Se suponía que hablaban de negocios con el dueño del bar.
Los vecinos estaban tan acostumbrados que nada les llamaba la atención hasta que cierto día, una mujer entró al bar, elegantemente vestida y cuyas joyas desde lejos dejaban ver su valor y se sentó frente a la mesa de los tres amigos.
De inmediato don Amilcar se acercó a decirle lo acostumbrado, aquella mesa estaba reservada, pero la llevaría a otra si lo acompañaba.
La mujer miró al dueño del bar con una sonrisa amable diciéndole que aquella mesa no tenía ningún cartel de reservada y que por lo tanto allí se quedaría, que le diera otra mesa a los que la habían reservado.
El hombre no supo que contestar y sin siquiera chistar se refugió tras el mostrador mandando un mozo a servir a aquella señora.
Minutos más tarde los tres amigos entraban al bar y sin entender el motivo por el cual su mesa estaba ocupada le recriminaron a don Amilcar.
Aquello no fue nada agradable, el hombre no sabía qué contestar, era la primera vez que pasaba eso, pero prometió que ni bien se fuera la clienta, les daría la mesa acostumbrada.
La gente se preguntaba qué tenía aquella mesa para los tres chiflados, pero la respuesta no aparecía porque, aunque el bar estuviera vacío y con mesas mejor ubicadas, no dejaban de ir a la misma.
El problema fue cuando aquella mujer pidió su cena con postre incluido y hasta un café que disfrutó hasta la última gota, casi llegó la hora de cerrar y ella no daba señales de querer irse lo que incomodó a los hombres tratando por todos los medios de que se fuera sin lograrlo.
Los clientes se retiraron, pero ella seguía allí hasta que el dueño del bar se acercó y gentilmente con su cara regordeta y una sonrisa fingida le comunicó que iba a cerrar el bar, era muy tarde.
La mujer que ahora miraba al hombre de manera poco amigable le dijo que se iría cuando el último cliente se retirara.
Aquello era muy raro, pero los tres amigos tuvieron que retirarse momentáneamente para volver más tarde sin ser vistos. Debían seguir con sus conversaciones.
La mujer se retiró no sin antes decirle a don Amilcar que le había agradado la cena y que volvería al día siguiente, pero que quería la misma mesa.
Aquello ya no le parecía normal al dueño del bar quien les comunicó a los tres chiflados que tendrían que buscar una nueva mesa o prohibir la entrada a la mujer.
Esa noche los hombres volvieron al bar entrando por la puerta del fondo y la conversación siguió hasta altas horas de la noche.
Tres días más tarde el noticiero dando las últimas noticias destacaba la detención del dueño y de tres maleantes que solían frecuentar el bar de la esquina, como solía llamargo la gente por el robo de una joyería que se ubicaba frente al bar.
Gracias a la propietaria de la joyería que durante meses veía cómo desde el bar, tres hombres de apariencia respetable, dirigían sus miradas hacia su joyería y comenzó a sospechar que algo no andaba bien ya que desde la mesa donde estos hombres supuestamente conversaban de negocios era el único lugar donde se podía ver la joyería sin ser observados y desde donde podían seguir los movimientos del negocio de la astuta mujer. La señora, llamada Alicia Romero, haciéndose pasar por una clienta más, se ubicó en aquella mesa y pudo comprobar lo que imaginaba, la hora que había menos gente, cuando el empleado iba a depositar y cada movimiento dentro de la joyería.
Alicia antes de ir al bar, ya había ido a la policía y con ayuda de un amigo dentro de la jefatura que le dio un aparatito nada complicado que ella sigilosamente y sin que nadie la viera colocó bajo la mesa, todas las conversaciones quedaron grabadas.
De más está decir que ni el abogado ni el escribano ni el contador, tenían esos títulos, estos hombres contratados por Amilcar marcharon presos justo en el momento que disfrazados intentaban entrar a la joyería con armas en mano.
Los vecinos que solían ir al bar se extrañaban de lo sucedido y más de uno lamentó el cierre del bar de la esquina. ¡Se comía tan bien allí!
Omenia 16/1/2025
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