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EL TATITA JOSÉ
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(Acuarelas Argentinas)


1- EL PERSONAJE
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“ El Tatita José era Negro, pero tenía los ojos Azules ”

Hacia el final de sus días, que concordaron con los finales del siglo XIX, todavía manteníase elegante y altivo. Anciano pero aún dominante. Austero, medido y exigente. De palabra solemne, casi como un viejo patriarca, mirando a todos con sus bellos ojos azules.

La figura del Tatita José reaparecía siempre como nombre evocado con un respeto filial, cual llamándolo a presentarse nuevamente ante una familia de estancieros argentinos, descendientes de los antiguos encomenderos coloniales, que añoraban su presencia ...y... ¡tan distantes ya en el tiempo de él como de su entorno!

Su ternura y su solvencia personal para dirimir pleitos infantiles y educar a niños de una sociedad tradicional, con firmes conceptos de vida y conducta, fueron notables. Permaneció en el recuerdo y se fortaleció con los años, mientras más distante su figura iba quedando en el pasado. Como la de alguien a quien se desea preservar, evitando su pérdida, cual un númen tutelar conservado en la memoria, para unidad de una familia. Tal como se mantienen los ritos de una comunidad.

Pero... ¿Quién era él? ...¿Por qué siempre se lo mencionaba como garante de paz domiciliaria

El Tatita José semejaba ese ancestro que se menciona con orgullo, como representante de una época pasada, con sus pautas y sus realizaciones, fueran éstas felices o dolorosas. El encargado vital de mantener un orden, la autoridad severa, dulce y compleja, propia de una familia patriarcal.

Pero el Tatita José tan amado, tan evocado, tan valorado, tan escuchado y obedecido .....

¡¡ Era un esclavo !!


2 – El TESTIGO
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Era él pues, el único esclavo legal nacido antes de la “libertad de vientre” de 1813 que aún quedaba hacia finales del siglo XIX dentro la familia Ortiz de Ocampo, en su rama cordobesa. A partir de esa fecha en Argentina, quedó abolida la esclavitud para quienes naciesen con posteridad a tal decreto. Esta antigua familia de la aristocracia criolla descendía en forma directa del riojano y gobernador de Córdoba, General Francisco Ortiz de Ocampo ...Aquél que dijera luego del fusilamiento en pleno del gobierno cordobés en Cabeza de Tigre (en 1810) cuando el cabildo de esta ciudad se opuso a reconocer como rey a Fernando VII, dejando así “acéfala” a su dirigencia :

-“¡La patria recién nace y ya está de luto!”

Y se apersonó de inmediato en Córdoba por decisión propia, para hacerse cargo de una ciudadanía que había quedado huérfana debido a un acto político originado en la invasión napoleónica a España. A la cual los porteños rechazaban jurando lealtad al príncipe Fernando VII (entonces en el exilio) pero a quien los cordobeses no tenían ninguna simpatía. Lo aborrecieron siempre por su absolutismo. El Congreso de Tucumán de 1816, iba a reunir finalmente a la nación Argentina en un solo pensamiento, dejando afuera del juego al rey absolutista.

Con una dirigencia acéfala, de improviso cercenada, la ciudad de Córdoba para sobrevivir y continuar existiendo, volcaría sus esperanzas en este personaje, en este hombre del destino: Don Francisco Ortiz de Ocampo. Y con los brazos abiertos hacia la esperanza, recibió al riojano quien presentóse en su cabildo dispuesto a restañarle las heridas.

En todas estas idas y venidas habíalo acompañado su esclavo José (muy joven entonces) que con los años habría de transformarse en tutor de sus numerosos descendientes. Testigo oculto de una época donde los hombres volcaron pasiones, empeños, riesgos, éxitos y guerras civiles. Compañero de episodios olvidados e inolvidables... Nacido antes de la “libertad de vientre” de 1813 y testigo histórico de toda una época, presente en diálogos y sucesos, allí estaba nuestro personaje asistiendo al nacimiento de una nación que también era la suya. Y en medio de una familia que terminó por ser la suya en los hechos vivos.


3 - NIÑOS
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Poca gente contemporánea a su tiempo conoció de cerca tantos sucesos históricos como él. Con una memoria detallista iba a convertirse en cronista de la historia familiar, pues criaba y educaba a los niños de esta familia originaria de La Rioja, con lejanos ancestros lusitanos coloniales, en cuya estancia ubicada en la localidad de “La Esquina” -norte de la provincia de Córdoba- formaban una especie de comunidad infantil. El esclavo José los tenía a su cargo y guarda, en calidad casi de “tutoría” (en los hechos lo era) dentro de una familia donde ya no quedaban hombres maduros vivos, pues “todos habían muerto en las guerras”. Frase repetida y acuñada, hacia finales del siglo XIX.

Estamos hablando de las guerras civiles e interiores de Argentina, durante ese cruento siglo, y exteriores con Brasil y Paraguay. Pero todas en suma fraticidas, dentro de lo que antaño fuera el Imperio Español de Ultramar ... Incluyendo los territorios del actual Brasil, con quien alguna vez existió una sola nación colonial.

Fueron guerras espantables que enlutaron a la nación recién nacida. Guerras civiles que producían numerosos huérfanos políticos e históricos, deudos dolorosos, no sólo de la familia Ortiz de Ocampo sino también de sus enemigos, y aparte de ello, de todos sus allegados y conocidos. Y que especialmente dejaban como saldo : Muchos niños huérfanos.

Niños. Sí. Niños como todo niño al fin de cuentas. Los cuales en este caso eran allí alojados en esa estancia de La Esquina, en protección a eventuales venganzas políticas y “razzias” punitivas de carácter ideológico, de exterminio. Depositándolos en manos del Tatita José. Un esclavo.

Mayoral de una Estancia rica y dolorida, una propiedad de hacendados pudientes y perseguidos. Diezmados ...Muchos niños... Muchísimos niños pasaron por la mano educadora del esclavo José, nacido en La Rioja, propiedad él de la familia Ortiz de Ocampo, y protector él de su descendencia. Sus recuerdos, sus valores, sus hijos, sus haciendas.

Nadie quedaba vivo en esa familia, en esa casa solariega de la Estancia de La Esquina en el norte cordobés, como varón adulto (y otras familias de adictos vinculados a ella). Nadie ... Salvo él... el Tatita José y su treintena de niños.

¡ Así son las guerras !


4 – HIJOS DE LAS GUERRAS
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Cierto es que las familias de aquel siglo eran numerosas. Tenían varios hijos por cada mujer y juntar treinta niños en una casa, no era entonces difícil en los peores momentos de las lides. Pero igual así, este hecho no resta encanto al recuerdo del personaje.

Eran niños. Pero hijos en conjunto de esa estirpe con gestas heroicas, con figuras históricas y célebres, quienes han dado hoy día su nombre en más de un caso, a las calles argentinas y a diversos sitios nacionales. No era por ello menos cierto, el infortunio de estas criaturas. Hijos de su tiempo. Hijos de las guerras. Hijos de su época. Hijos de la historia.

Defendidos de este modo mediante aquel anonimato, de las venganzas políticas que se abaten siempre y en todos los casos, en forma increíble, sobre la descendencia indefensa. Refugiados allá en esa estancia solitaria de La Esquina junto al Tatita José : severo, adusto, exigente y tierno. La forma como él educaba, enseñaba y reprendía a esa bandada de niños perseguidos por la historia, por el cruel desencuentro entre hombres de una misma nación y de un mismo origen, quedó fijado entre ellos con ese agradecimiento que supera al tiempo.

Pues todos aquellos connacionales que se asesinaban entre sí con actos desmedidos en el siglo XIX, formando ejércitos bien pertrechados a todo lo ancho de la Argentina, tenían genes fraternos. Todos cuántos entonces se devastaban, herían, masacraban y perseguían sin tregua y con saña cruel, durante ese siglo, tenían en común sangre íberocolonial o indoibérica. Fusionaron tres reinos, tres culturas (hispana, india y lusitana) que al encontrarse eran diferenciadas y al concluir el período colonial, habían entrelazado sus proyectos de devenir en un programa histórico de progreso. Pero que al hallarse independiente de la metrópolis europea, se lanzaron al ruedo en busca de sus privilegios, sin condolerse por el dolor humano.

Convertidos en fuerzas aniquilantes, ahora se desangraban las unos a las otros en una guerra fraticida que pareciera no tener fin. El Cono Sur sudamericano no era en ese momento como fuera en siglos anteriores, una tierra dedicada al progreso. Sino un mundo en decadencia que se destruía a sí mismo y que destruía a las propias familias “criollas” que lo constituían. Llevar un apellido destacado en la función societaria, era casi un estigma, un peligro de vida. O una condena en el mejor de los casos, al exilio.

Y todo ello sucedía con explicaciones diversas, con justificaciones arbitrarias que parecieran inapelables. Como siempre hacen los violentos. Y esta dirigencia que se empeñaba en autodestruirse con crímenes abusivos (complicando al pueblo nativo gaucho y mestizo con conceptos ajenos a él y a los cuales nunca comprendería, como fue el caso del Chacho Peñaloza) había dado la espalda a sus ancestros. Aquéllos que siglos atrás se embarcaran en la aventura del Océano y de las Indias, navegando en navíos pequeños como cáscaras de nuez, fácilmente zozobrables. Edificando en tierra argentina ciudades. Plantando vides. Criando ganado. Sembrando trigo. Levantando una bella Universidad humanista a comienzos del siglo XVII (Universitas Cordubensis Tucumanae). Sobreponiéndose al continuo hostigamiento de los Malones ranqueles flagelantes.

Y estos huérfanos de guerra, niños solos, niños olvidados, niños ricos y pudientes escondidos de la ira en una estancia apartada, niños de alcurnia social pero muy solos en definitiva... No olvidaron nunca al Tatita José que los condujo de la mano con presencia paternal, hasta que se repartieron por el mundo en busca de sus propios destinos.


6 – EL TÂTA
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“Tâta” significa abuelo y anciano en lengua quichua. También encontramos la denominación de Tâta, en el jefe de una comunidad nativa. Es una voz precolombina. Fue adoptado por la vieja sociedad colonial y transferido a la sociedad argentina criolla y estanciera, muy especialmente entre ambientes patriarcales donde la influencia y la solemnidad de un “Tâta”, podía extenderse más allá del parentesco de sangre. Además en la misma línea tradicional se encuentra “Tâta Dios” muy usado en el mundo gauchesco. Incluye un gran sentimiento de respetabilidad, donde la citada denominación conlleva un título escondido, reverencial, que fue válido dentro de las culturas precolombinas. Y al que sin duda alude su uso, transmitido de un idioma a otro.

Por ello mismo asombra que un esclavo fuese : “El Tatita José ”.


7 – LA DAMA DE LUTO
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El no estaba totalmente solo en aquella cruzada preservadora de futuras vidas, que iban a destacarse socialmente, cuando las guerras civiles concluyeran. Otra figura muy fuerte e imponente -más austera aún- lo acompañaba ... La señora viuda de Ortiz de Ocampo, viuda del hijo del general. La dueña en verdad de aquella estancia situada en La Esquina: La dama Ardiles.

La dama aristócrata en cuyo entorno transcurrió ese pedazo dramático de la historia nacional. Una circunstancia límite no elegida por ella y tampoco deseada. Que formó parte y nunca participó de la misma.

Si este esclavo negro de ojos azules cuya belleza aún asombraba en su ancianidad, tenía cautivada a la dama vestida de negro cuando él estaba en su plenitud viril (una dama que llevaba muchos lutos yuxtapuestos con esos hombres de su familia “que morían todos en las guerras”, de acuerdo a la frase repetida) ya hoy no podemos saberlo... Sólo agregar fantasías.

Viuda. Adulta. Adusta. En una casa con niños. Con nietos. Con sobrinos nietos. Con nietos de amigos. Con nietos políticos o de personas entrañables. Huérfanos todos. O con padres que aún se hallaban en el fragor de las batallas. Hijos de las guerras numerosas y contradictorias del siglo XIX en la Argentina y que duraron mucho más de medio siglo. Hijos de familias cercenadas. Eran esos niños en muchos casos, los últimos representantes vivos de las mismas.

Ella no mantenía diálogo alguno con aquella bandada de niños sin padres, alojados en su casa. Con aquellos niños perseguidos por el infortunio. Por el belicismo desencadenado, presuntamente ideológico, sin piedad y sin amor real al terruño. Con padres siempre ausentes. O muertos en las refriegas. Padres a los que muchas veces, ella no conocía ni llegaría a conocer. Protegiéndolos. Separándolos del peligro. Salvándolos de esas guerras intestinas y fraticidas.

Administradora de bienes propios, ella poseía un temple excepcional para enfrentar los avatares trágicos, que envolvieron su vida. De los cuales iba a salir airosa pero no hay duda, marcaron su naturaleza adusta. Conformaron su estilo, su carácter duro, frío. Tal como se la recordaba.

Víctima también ella de aquel clima bélico al que enfrentó sin temor ni debilidad, con talento y valor. Con temple. Terrible y genial, compasiva en el fondo pero despótica en la forma. Dura. Sin una lágrima, sin una queja, sin una ternura. Protocolar al máximo en sus modales, en medio de su aislamiento estanciero. No había un lamento en sus palabras, ni derramaba mimos.

Defendía ácidamente empuñando carabina en mano, cualquier intención de que le arrebatasen aquellos niños, (a los cuales no besaba y por quienes sacaba la cara), fuese quién fuese el intruso o pariente, que intentase reclamar por ellos, en los peores momentos de las batallas. Se jugaba por ellos y no les daba una caricia. Alma vigorosa colocada en una situación límite. Mujer valiente erguida en su arrogancia, enfrentada a un mundo convulsionado. Dirigía ella personalmente: gauchos, chinitas, esclavos, tambos, sembrados, producción, comercio.

Y siempre impecablemente vestida y aseada. Con su ropa obscura de cerrado luto. Nunca habló ni media palabra con esos niños a los cuales ocultaba en su casa de probables agresiones, por causa de sus padres guerreros. No tenía vocación ni tiempo para ello. Enfrentaba tales desdichas sin bajar la cabeza, con ese vigor de las “varonas” de antaño. Con esa forma directa y espontánea de las antiguas damas estancieras.

Y además, con la mano de apoyo excepcional en esa circunstancia excepcional, que iba a permitirle sacar adelante una situación difícil en un momento realmente difícil, como aquél que le tocara compartir : con el TATITA JOSÉ.

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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 05-06-2003, y leído por 399 visitantes. (0 votos)


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