Olvidando el pasado.
Para algunas personas, el tiempo pasa literalmente, volando, mientras que para otras el mismo tiempo se transforma en un camino intransitable que parece no tener fin.
Aurelio era un hombre joven aún que le tocó vivir el camino largo, esperando que algún día el calvario termine y como a pesar de no todo hasta ese día llega, de pronto se vio dejando atrás la reja que lo tuvo prisionero por ocho años.
Pensaba que al salir de aquel lugar al que nunca debió entrar sentiría algo, alivio o algo similar, pero no fue así, ni el aire fresco de aquel bello día de primavera, ni los árboles en flor, ni la alegría de los chiquillos que jugaban despreocupados corriendo de un lado para el otro, lo conmovieron, su alma aún estaba atrapada en el mundo que acababa de dejar y ni su cuerpo ni su mente se habían adaptado aún a la libertad y no pudo sentir nada, la gente al verlo sentía lástima por él, algunos creían que estaba drogado, otros que su mente estaba tan lejos que no llegaba a encontrarla y vagaba sin rumbo por las calles con apenas una mochila en sus hombros que pesaba, no por lo que llevaba adentro sino por el peso de los años vividos.
Sus pasos lo guiaron sin darse cuenta hasta una casita cuyos rosales florecían y el aroma de las flores inundaba el jardín. Una mujer que a pesar de sus canas y los surcos que en su rostro se veían, no era tan vieja pero que aquellos ocho años pasados la habían transformado y dejado en su lugar la imagen del sufrimiento y de la amargura vivida.
Aurelio abrazó a su madre y con ese abrazo por un instante volvió a ser el muchacho que era ocho años atrás, sin las penas ni amarguras que le habían tocado vivir.
Eugenia al fin volvió a sentir en sus brazos el calor del hijo que tanta falta le hizo y aún abrazados entraron a la casa que lo vio nacer.
Eugenia sabía que las palabras no bastaban, pero algo quizá lo hiciera volver a ser aquel muchacho, hoy transformado en hombre. De pronto alguien salió con una sonrisa en los labios y un papá dicho con tanta emoción que Aurelio, abrazando a su hija de nueve años se echó a llorar como nunca antes lo había hecho. El milagro se había producido, volver a ver a su hija y a su madre era lo que tantas veces había pedido y ahora se estaba cumpliendo, todo el sufrimiento se borraba en un instante y sabía que aún le quedaba amor suficiente para seguir viviendo, que no volvería a cometer los errores del pasado y que aunque la madre de su hija hacía mucho tiempo se había marchado, el porvenir comenzaba a aclararse, la juventud se le estaba yendo de las manos, pero en su lugar quedaba un hombre que veía por vez primera y comprendía que la vida no es fácil pero que hay que vivirla y aprovechar cada segundo que nos brinda para lograr la felicidad que todos merecemos. Y así Aurelio su madre y su hija, volvieron a vivir, dejando el oscuro pasado atrás, aunque sin olvidarlo, porque a veces hay que recordar para no volver a equivocarse.
Omenia 9/1/2025
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