Siguiendo una regla sintáctica, el término causante tiene menos sentido que otro sinónimo: testador. Pero ambos encierran el concepto objetivo que debe primar al momento de adquirir el derecho a ser dueño de lo que ha sido propiedad de otro ser humano. Sin embargo, la conducta humana parece favorecer el aspecto subjetivo del asunto.

De donde viene la opinión de que la posesión es nueve décimos de la ley. Falacia que ha provocado hechos lamentables. Y un criterio reforzado por aquello de que yo la(lo) quise más. Me dediqué más que tú a él(ó a ella). ‘Viví más tiempo con ella(el) qué tú. Ella(el) me amó más que a ti. Yo gasté más dinero en ella(el) que lo que hiciste tú. Y fui su confianza por encima de ti’.

Pero afortunadamente el hombre también es sensato. Y legisló al respecto lo que debe dominar a la hora de acceder a los bienes de nuestros antecesores. Siendo lo primordial la declaración de hijo(hija) de alguien por parte del testador. Haya sido ó no, la condición de haber salido del vientre ó de la esperma de un familiar nuestro.

Entonces, con todo esto claro, entré a indagar sobre la gente que me dio su amparo desde mi niñez. Y descubrí un exceso de desprendimiento de su parte. É inmerecido por demás. Pero lo que aniquiló el derecho que pretendo tener, es que eso me llevaría a la ruptura con el curso de su generosidad. Porque morirá cuando me den ‘lo mío’.

¿Y tengo yo derecho a romper la cadena qué sé inició cuando no era, ni siquiera una idea? ¡Y mucho menos, por tratarse de un puñado de pesos! Ya que mataría con lo finito, lo que mis seres desde el origen crearon con carácter de eternidad.